El amor tiene su propio lenguaje, metáforas inherentes al
acto del irrenunciable amor.
Los actos de amor son dedos que usan como tinta la humedad
que emana de la piel sobre la que delinean – pintan, deletrean , narran - su
deseo, su pasado , su futuro; son
lenguas de fuego que danzan incansables avivadas por el fuego que nace entraña
adentro, son cabellos sacudidos por vientos intangibles.
Los amantes, que nada tienen sino su desesperado amor,
sobreviven a la soledad, al abismo de la noche,
a la furia de la tierra embravecida aferrados al destino de su delirio
amoroso, a sus cuerpos iluminados por la
luna roja que se refleja en sus pupilas
y al beso que los rescata de la muerte.
Porque finalmente, frente a la inmensidad del espacio que
oscilante los acercaba y los alejaba (cuántas veces caminaron por la misma
calle sin toparse, o entró él a un
café unos cuantos minutos después de que
ella saliera); ante la intangibilidad
del tiempo, ese discurrir inexorable y misterioso del tiempo (desde su
fecha de nacimiento, desde el momento en que cada uno arribó exacto a la ciudad
donde se encontrarían, hasta el
instante justo en que él y ella atravesaron las calles de esa misma ciudad para encontrarse). Tiempo que fue necesario que pasara para que
los amantes llegaran exactos a su cita –
en el inesperado rincón de una
ciudad tan improbable como prevista . Ellos, los amantes, sólo tienen una
verdad, una sola certeza que les rescata del ancho mundo, mundo lleno de
oscuridad la mitad del tiempo: la espera,
su espera ha terminado, el destino ha
cumplido. Saben, mirándose mutuamente, lo que ahora está en juego.
Es el descubrimiento de la pasión de uno por el otro lo que
da sentido a los días, las horas, las noches, la lluvia, la obscuridad, los sueños
-sus sueños- , los cuerpos -sus cuerpos.
Es la pasión amorosa lo que hace sagrado cada rincón de esa ciudad antes
extraña, porque ahí, en ese preciso lugar – un café solitario en una esquina - el primer beso; allá – junto a la puerta de su casa, la de
ella- el interminable abrazo; en aquella
pared su imagen recortada de la finitud de la ciudad ; en ese sillón la blusa
que terminaría siendo inútil; en
aquella habitación, el cuerpo de ella tiritando en fuego.
Es su amor el único testigo
de su existencia, el bálsamo en medio de sus
dolores, el hilo que ha tejido – no, ellos no lo saben- desde el inicio
del tiempo, la trama donde se unen
paisajes inimaginados, palabras enamoradas, rebanadas de pan, el café de la esquina, la casa ( invisible
durante años) ,con su puerta, una sala
donde hay un sillón que sostendrá la blusa que terminará siendo inútil, la
esperanza en medio del abismo que como humanos siempre les rodea, la llama que
ilumina su corazón –que ahora es uno
- en sus incontables días y sus
infinitas noches.