No sabían (cómo saberlo), porque cada nunca
se sabe que hay detrás de mirada, de un saludo, de una ( inofensiva, porque
parece inofensiva) invitación “ te espero en la casa para un café”). No sabía
él (porque nunca se sabe) qué habría detrás
de dar la vuelta a la derecha saliendo de su casa, para tomar la avenida que
lleva a la vía rápida, que al cabo de unos minutos desemboca en el puente, que da inicio a la
calle donde está la casa donde ella le espera. Ella no sabía cómo le gustaba a
él café. Él no sabía que ella llevaría falda, que cruzaría las piernas una y
otra vez, que se acomodaría el cabello, para sus ojos nacieran incontables
veces, que humedecería sus labios ( los
de ella) antes de beber de su taza , ni sabía que en sus labios ( los de él) se
despertaría el deseo incontrolable de humedecer los suyos en los de ella. No
sabían que después de un par de tazas, de la humedad de los labios, de que se
agotara la tarde, sentados en ese sillón,
quizá porque la noche era fría, su
cuerpo ( el de ella) terminaría en sus brazos ( los de él) tiritando en fuego.
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