¿De qué está hecha la vida?
La pregunta me he hecho no sé cuántas veces. Me ha hecho en
las tardes de otoño, en las noches de
invierno, en la madrugada de alguno de
los incontables campamentos a los que
fui de adolescentes; en cafés frente libros de Bolaño, de Tolkien, de Cortázar,
de Sabines; en los mismos cafés con un cuaderno y mi pluma en la mano
memoriosa.
He buscado la respuesta en el movimiento del cosmos. Ese
universo, finito e inimaginable, expandiéndose infinitamente (así lo decía
Einstein, que de eso del movimiento del
cosmos algo sabía); en los libros de Sartre y Camus, en el I Ching de Confucio y
Lao Tse, en la Runas milenarias.
¿De qué está hecha la vida?
La pregunta me he hecho en medio del río Amacuzac, haciendo
hasta lo imposible por mantener la balsa a flote (la cosa siempre fue inútil,
porque invariablemente la balsa volteaba
en medio de los rápidos), mientras se enfrentaban el caudal del río contra las rocas, los
riscos impasibles y los árboles de
testigos de nuestra aventura
¿De qué está hecha la vida?
La pregunta me hice cuando busqué el rostro de Dios, y no
había sino intermediarios, mercadólogos, encargados de oficina en el camino,
que nos tenían en sus manos sino panfletos viejos.
Hasta que un día (porque siempre llega ese día) dejé de
preguntarme y solo miré, y escuché, y olí, y probé y conecté con lo que había a
mi alrededor.
Días, noches, horas, donde se acomodaban en su lugar preciso
(siguiendo un orden y un tempo siempre misterioso y exacto) sonrisas
inesperadas, gritos de júbilo, esperanzas escondidas entre las manos, miradas esquivas, sueños inagotables, amores como palomas, lágrimas de alegría, pérdidas irreparables, de amistades
inexpugnables, miedos que horadan al cuerpo,
penas que deshilachan al alma,
ventanas abiertas al susurro de las nubes, llantos como ríos incontenibles, adioses,
arribos , una belleza incomprensible y dolorosamente
inasible, algo que suena a futuro
tintineando en el bolsillo.
¿De qué está hecha la vida?
De palabras. Palabras que
he escuchado, que he dicho, una, dos, tres, incontables veces…
Ya levántate, no te vayas sin desayunar, apúrate que llegas
tarde, a ver tómate esto, ¿te sientes mejor?, te extrañé, ¿cómo te fue ?, vete
con cuidado, ponte la chamarra, y ¿qué te dijo? , ven, siéntate conmigo,
¿quieres más? , acábate la sopa, ven para que te peine, ¿vienes a comer ?
lávate los dientes, no andes descalzo, no manejes muy rápido, ven a saludar ,
ya duérmete que es muy tarde y te miras cansado, te ves bella, no llegues muy
noche, no te vayas todavía, llámame, ven, sí, quiero, sí quiero, siéntate aquí, voy en camino, ¿me quieres?, te
quiero, siempre, llueve, nube, noche,
luna, cabello, ojos, ahora.
¿De qué está hecha la vida?
De objetos que parece
se quedaron en el camino, parecen
olvidados, inútiles, gastados, pero algo conservan y basta encontrarlos en
algún rincón olvidado de la casa para reconocernos en ellos.
Un balón, una bicicleta negra, un libro donde de poesía
donde se leía… “puedo escribir los
versos más tristes esta noche” y también decía “antes de amarte, amor, nada era
mío”, un cuaderno donde escribía historias, una caja de colores, unos tenis
gastados, una sudadera amarilla, un anillo, una fotografía donde sale… un
aparato de sonido, un LP, un cd.
¿De qué está hecha la vida?
¿De tiempo? (¿Pero es que algo sabemos del tiempo?) ¿De lo
que hacemos en él? ¿De nuestras memorias? (tendrá razón Proust, y ¿hay que ir en busca del tiempo
perdido?)
¿De qué está hecha la vida?
Del recorrido. No sólo del
tiempo que nos toma hacerlo; sino de
quienes nos acompañan, de quienes
encontramos en él; de la
invisible conexión que tienen en medio de lo que parece absurdo; del polvo que acumulan nuestros zapatos.
¿Será esa la respuesta?
La vida estará hecha de actos breves como “ir y “volver”; de
palabras simples como noche, luna, ven, voy, quiero, te, tú, yo; de objetos como cuadernos, tazas, libros,
pinceles, zapatos, tenis, pelos, bicicletas, muñecas, (eventualmente viejos); lo que anhelamos, lo
que recordamos, lo que pensamos, lo que sentimos; de la vida misma, del buen
polvo que acumulan nuestro zapatos.