viernes, agosto 30, 2013

Estoy goteando,
El gua que soy se diluye,
poco a poco, de gota en gota,
 soy río que fluye hacia el improbable océano;
quizá termine descansando en un lago, rodeado de pinos;
quizá me evapore y termine por ser nube, bruma o niebla;
pero volveré  lluvia, aguacero o tormenta, copo;
volveré árbol,
volveré hierba,

volveré. 

miércoles, agosto 28, 2013

Los abuelos


Quizá un poco la nostalgia.
Quizá el deseo.
Pero si acaso esta noche,
Juan Benjamín, el abuelo músico, bohemio, noctámbulo  
Volviera del destiempo, de la bruma, del recuerdo.
Poco tardaría en encontrar su trompeta dorada
y se iría a  tocar  a algún salón de baile
indudablemente  buscaría a otros difuntos
hasta formar una orquesta,
y el lugar se llenaría de
canciones desenterradas,
de historias  de amores improbables,
de miradas extraviadas, de suspiros insurrectos
de besos rescatados de  algún cajón polvoriento
en un armario arrinconado.
El abuelo y sus amigos tocarían hasta el amanecer,
porque  los muertos a fin de cuentas no tienen que descansar entre tanda y tanda,
y en última instancia, tienen una eternidad  para reponerse de la desvelada.
 la casa se llenaría de acordes luminosos
y todas las sombras bailarían hasta desaparecer.

Y bueno, ya que estamos hablando de abuelos  
si la abuela Elena regresara,
seguro la encontraría sentada a media tarde  
en el malecón de Veracruz
contando los barcos en el horizonte
que desde el fondo del golfo, desde España, desde  Cuba
(como aquellos en donde llegaron sus abuelos)
 atracan en la ciudad.
Se  llenaría los pulmones de olor a sal y a oleajes,
de las cadencias que viajan ocultas en la espuma del mar,
del aroma del café de Coatepec,  que se sirve
en La Parroquia al anochecer.



La abuela Elena, con sus ojos verdes,
con su amor tenaz  al único puerto posible
me susurraría, una vez más:
“Solo Veracruz es bello”.
Y se iría con su paso lento
siguiendo la sombra  de una luna roja
mientras tararea para sus adentros
una canción de Lara,
mientras camina lenta  rumbo al muelle
y de ahí  hasta llegar
 a casa de Ada , su amiga,
de siempre
la de la tienda de la esquina,
que solo esa noche,
la está esperando con las picadas,
las blancas y las negras,

y el café recién servido.   

domingo, agosto 25, 2013

¿En realidad qué sabemos del  amor?
¿Cuánto tiempo hay que esperar ?, ¿qué hay que hacer, para  encontrarlo? (¿habrá  “algo” que hacer ?)
Hay quien dice que el amor nos esperará  en algún sitio, en alguna hora ( siempre misteriosos y desconocidos) y habrá entonces (de cualquier manera)  que llegar ineludible, puntual , a la cita que  se va construyendo lenta y pausadamente, a lo largo de días, meses , años, desde el inicio de la vida misma.
Es cosa del destino, dicen; y cuando se trata de destino (dicen), hay que ser puntual. Hay que llegar a donde ella, justo en el momento en que ella… no antes, no después. Hay que reconocer la corriente del tiempo que nos llevará ahí, en el momento exacto.
Y cuando el momento llega,  ¿somos capaces de reconocerlo?
(¿de reconocerla?)  ¿de mirarle a los ojos ( de mirarla a los ojos) y saber,  que finalmente la espera ha terminado ?  Entonces.... sin vacilaciones ( entiéndase bien esto, no es una cuestión menor, sin vacilaciones, sin dudas, con una certeza inexpugnable) ¿le tomamos en los brazos? ( la tomamos en los brazos)  ¿Reconocemos cuando el destino ha cumplido ? entonces , nuevamente, sin ambages, sin temblor en las manos, ni en la mirada, en la palabra, asumiendo nuestra historia,
¿asumimos lo que está en juego? ( entendemos; realmente entendemos que ella esta aquí, y lo que está en juego cuando ella finalmente está aquí).

No hacemos entonces, sin que nos  tiemble el coraje, tomarla ( de la cintura, del brazo, del hombro, qué más da) y caminar a su lado.

lunes, agosto 19, 2013

LLega la noche

Llega la noche, y tú, a ocultas de la ciudad que te ha visto pasar, te despojas de tu ropaje del día, y te vas quitando uno a uno los ruidos dolorosos de las calles, el choque crujiente de los tablones cansados que sostienen a la ciudad; te sacudes las  palabras maldichas , las baratas, las inútiles, las que fueron dichas  como cajas adornadas, pero que al abrirlas estaban vacías; te deshaces de las imágenes de los escaparates que promueven la felicidad inmediata, la vida perfecta, la dicha tangible, la utopía concedida ; te miras y vuelves a peinar tus cabellos para quitarles las turbulencias de los vientos amargos, la bruma oxidada que se esconden entre ellos; limpias tu rostro de los polvos provenientes de las calles que se descarapela entre nuestras manos; pones sobre tu cuerpo la ropa de noche que cubrirá tu cuerpo mientras la luna de algún mundo inalcanzable vela por tu sueño. Llega la noche y yo busco estar ahí para quitarte la ropa de noche (que recién te has puesto) y sanarme del mundo, abrazando tu cuerpo y tu sueño. 

martes, agosto 06, 2013

Quizá porque escuchan  con la piel, 
quizá porque miran cuidadosamente  con cada mano, 
porque nacieron con los ojos abiertos a la noche,
quizá porque su alma es tan vieja como las montañas,
porque conocen el nombre verdadero de cada río,
porque reconocen  la   tristeza del mundo  en el gemido del viento,
y la ira  profunda  e intempestiva  en el océano encabritado;
quizá porque  intuyen desde niños el secreto inasible  de la vida
que se les escurre por los dedos, por los ojos, por el sueño.
Quizá porque en cada palabra que escriben descargan
 tierra, sangre, nube, fuego, humo, arena y ceniza.
Quizá por eso  ven en las sombras, escuchan en el silencio,
tocan y abrazan en la bruma.
Quizá por eso  ven a la triste humanidad  como nadie la ve.
Hombres y mujeres sin rostro, sin nombre, sin origen, sin  sustento;
Humanidad sin voz , sin palabras, sin susurros, ni gemidos ( cuanto llanto silencioso nos rodea);
incontables de ellos y ellas sin brazos, sin dedos, sin uñas ( sin abrazos, sin caricias, sin rasguños );
ciegos, sordos, mudos, mancos. Hombres y mujeres inasibles que deambulan por calles, avenidas, parques, mercados, iglesias, bares, cafés, sin tocarse, sin mirarse, sin escucharse.
Reconocen el olor del  miedo, el abismo de la soledad, la angustia de  la fugacidad en cada rincón de las ciudades .

Saben que este es el signo del tiempo y los tiempos:  La soledad, la angustia, el destierro.
Hombres y mujeres que han olvidado  nombre,  origen,  raíz,  esencia.
Pero ellos los ven.

Ellos, los que nacieron con los ojos abiertos a la noche,
los que tienen el alma tan vieja como las montañas,
los que abrazan la bruma,
los que denuncian con la palabra. 

Nos muestran aquello en que la humanidad se ha  convertido,
Gritan en cada esquina aquello que  hombres y mujeres han olvidado.
 nos recuerdan, son susurran, en sus cantos,
en sus palabras:
todos somos aire, y árbol, y bosque, y nube, y roca, y arena , y oleaje, y espuma, y trueno, y bruma…
y ojos, y brazos, y bocas, y lenguas, y palabras, y caricias, y aullidos, y canto, y herencia, y descendencia.
Nos recuerdan , nos convocan , nos demandan , nos exigen a que veamos más allá de la máscara, miremos de cerca en lo que nos hemos convertido,

recordemos lo humano, la vida, su nombre, el tiempo;
reencontrémonos, con piel (es) , con  rostro (s) , con mano(s), con origen(es), con palabra(s),

nos demandan con la palabra, somos. 

sábado, agosto 03, 2013

Se despierta a media noche, con la sensación de haber tenido una pesadilla; pero no logra recordar su sueño.   Sí reconoce una suerte de ansiedad que se escurre de su cuerpo. Se sienta en el borde de la cama, parece meditar pero no lo hace. Prende la lámpara de su buró. Bruscamente, así lo miraría alguien que lo observara, aunque de hecho está solo en la habitación, se pone de pie. Busca una hoja y una pluma donde escribir. No  hay prisa, sólo una suerte de determinación. La pluma la encuentra en la bolsa interior del saco que usó el día anterior y la hoja la toma de una libreta que tiene  en un cajón de su escritorio. Sin pensarlo demasiado, escribe de corrido, una , dos , tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve palabras. Lee lo que ha escrito. Sigue escribiendo, diez, once, doce, trece, catorce, quince…veinte palabras.  Lee ahora la veinte palabras. Lo hace con cuidado, sin saltarse una sola. Al llegar al final, tacha, rayonea, dos o tres, quizá, cuatro, no es posible saberlo.  Escribe alguna o algunas más. Vuelve a leer.  Algo que parece el rastro de una sonrisa desaparece de su rostro. Finalmente toma la hoja, la rompe en dos, cuatro, ocho pedazos y la tira al bote de la basura que está en su cuarto. Vuelve entonces a la cama. La ansiedad se ha ido, nada gotea de su cuerpo. Apaga la luz de su lámpara, se acuesta y vuelve a dormir.