He vuelto a ser mi padre.
Cocinar seguramente es un rasgo Spínola. Un rasgo que además
es un gusto que asumen casi como una vocación.
La primera que recuerdo de la dinastía Spínola es mi abuela Elena. Las
comidas en su casa eran cosa seria, al menos en términos del menú. Nacida en la
península de Yucatán, y luego ciudadana por años de Veracruz (“Solo Veracruz es
bello” aclara las posibles dudas un letrero en una de las entradas de la ciudad), cuando la
visitábamos los domingos servía a la mesa con aquella tranquilidad lo mismo
Cochinita Pibil, Camarones al Mojo de ajo, Huachinango entero, Pulpos en su tinta,
que sopa de Migas. Había cierto desdén
por las sopas simples de pasta, y los chilaquiles. Su mejor arroz era la
versión de Moros y Cristianos (frijol negro sobre una cama de arroz blanco). Mi
abuela Elena, además, era una espléndida bebedora de café veracruzano.
Sus hijos eran Morales Spínola , y la herencia culinaria
venía en el apellido (y en el adn ) materno.
Mi tía Elena, hermana menor de mi padre (además de la abuela
Elena, tengo una tía Elena y tres sobrinas con el mismo nombre), además de los
guisos heredaros de su madre, incluyó versiones memorables de Bacalao, Paella,
y más sensible a su vida citadina, creó los mejores Chilaquiles Verdes de la capital
mexicana.
Mi papá, Adolfo (tengo dos primos con el mismo nombre) sin
ser un hombre dedicado a la cocina (sus vocaciones eran la administración, el dominó, la lectura y el Atlante) a la hora de cocinar no cantaba malas rancheras. El caso es que solo
visitaba la cocina los domingos y no
todos (su presencia siempre dependía del final de sábado). Su menú, a
diferencia del de su hermana tendía a
ser breve pero de calidad: Migas, Hotcakes, Wafles (se compró un waflera y cansó
se hacer harina por meses), chilaquiles y café (por supuesto de Veracruz).
En fin, hijo de Morales Spínola, soy mucho más Spínola que
Morales. No se me dieron, ni la administración ni el Atlante (aunque reconozco
un aroma atlantista, en mi gusto por el
Barza; y algo de la herencia del buen Morales Spínola en mis tiempos de jugador
de dominó con mis amigos en el Black Bull de nuestra amiga Shasha la 8ª). Y si mi condición de escritor y músico se la debo
a los Moncada, el gusto por la lectura es completita del bueno Morales Spínola.
Él me acercó a los autores rusos y los franceses del siglo XIX. Fue mi padre
quien puso en mis manos los cuentos de Chejov y mi primer libro de Dumás (Los
Tres Mosqueteros). Y para mi gusto, tengo en mi adn, una parte gozosa de la herencia de mi familia paterna: la
cocina.
Lo mío han sido versiones
barrocas de Chilaquiles, rojos, y con mole (con pollo, con Champiñones y
con lo que se pueda) ; diversos tipos de sopes (barrocos también), algunos postres, una
buena mano para el café (veracruzano), y claro los Hotcakes.
Hoy, como muchos domingos, saqué a relucir mi herencia
familiar. Domingo de Hotcakes.
Hoy, durante poco más de una hora fui un poco, quizá un
mucho, mi padre y mi abuela y mi tía, y otros Spínola cuyas vidas – y platillos
se pierden en el tiempo. Todo, mientras preparaba la harina, calentaba el sartén y recordaba el aroma que unía los
incontables tiempos.