9.- Tuve dos hermanos
(un administrador y atlantista, y un
vendedor inmune al futbol y al chachacha) y una hermana (educadora de jardín de
niños, que luego directora y supervisora al servicio del SNTE). Fueron ocho mis
tíos en total. Cuatro paternos, cuatro maternos. Quince primos maternos y veintiún
paternos. Dos abuelos maternos: Juan (el
trompetista) y Tinita, y dos paternos: la abuela Elena (y bueno, del abuelo paterno desterrado
de la memoria familiar, ni su sombra).
Lo que sigue es la larga y divertida historia de un
colectivo integrado por tíos, primos, abuelas, hermanos, padres, compadres y
comadres. El colectivo, viajaba a Veracruz a las vacaciones de verano; a Puebla
a la visita anual “reglamentaria” al Cristo Negro en marzo o abril – un Cristo negro
que a mis primos y a mí, siempre nos daba terror-; a Xochimilco algún domingo a
comer Barbacoa y carnitas en trajinera, a Cuernavaca en la primavera (con desayuno de
quesadillas y champurrado en Tres Marías),
a Xalapa a visitar al padrino Gustavo y su esposa Alicia, a Tepotzotlán a comer mole en enchiladas.
Claro que el número de los miembros del colectivo variaba,
así que lo mismo éramos 15 en una comida
de fin de semana, que más de 30 en un cumpleaños,
o en la cena de navidad en casa de las abuelas Tina o Nena, o en la noche de año
nuevo (se entenderá que la comida o cena era por tandas, básicamente por
estaturas).
Claro que el colectivo tenía una claro liderazgo de las
abuelas que cuidaron por décadas – y hasta donde fue humanamente posible- las buenas
relaciones entre hijos y nietos, procurando que su comida fuera insuperable.
El estilo general del colectivo tenía dos elementos era festivo y abigarrado; lo festivo era una herencia natural del ADN Moncada, todos amantes del Cha Cha cha, la Huaracha,
el Son y el Danzón; y lo abigarrado
venía de la voluntad de la vuela Elena (Nena) de que sus hijos y nietos la
rodearan permanentemente, donde ella estaba, tenían que estar todos. De hecho, “invitaba”
a sus hijos – solo ellos- a visitarla todos los martes, donde, les servía Huachinango al mojo de ajo mientras les pedía
cuentas de la vida. Así que a la menor provocación, el colectivo reunía a miembros Morales y Moncada, para
celebrar lo que fuera, donde fuera.
Yo era el sexto nieto de los Morales, y el segundo de los
Moncada. Nada espectacular. Pero tenía algo que me distinguía: para mi abuela
Tina, era el único nieto músico, heredero de los “ojos tristes” de mi abuelo
Juan Benjamín (el trompetista); mientras que para mi abuela Nena, yo era a veces,
algo así como un extraterrestre que se había colado entre los humanos, y a
veces el único nieto que podría escribir la historia de su familia (entendamos,
el colectivo). También para mis primos yo era un tipo raro, un tanto solitario
e introvertido, que era Scout (así que
con frecuencia salía de campamento), que era, además, poco afecto a discotecas
o bares, y se la pasaba leyendo y escribiendo (lo que a mi familia Morales le
resultaba, cuando menos sospechoso, mientras que a mis tíos Moncada, les
parecía de lo más normal).
Pero, aunque mis primos y tíos quizá no lo supieron bien, yo
me la pasaba de maravilla en el colectivo: lo mismo en Veracruz paseando por el
malecón o comiendo nieve de Guanábana en el parque del centro, o tomando café
en La Parroquia, o paseando en los
tranvías; que durante el camino a Puebla a la visita del Cristo negro (
y comiendo chalupas de mole en el mercado ), o cuando visitábamos a la vuela Tina,
en la época en que vivió con su hermana, la tía Ruth, o cuando jugaba
coladeritas con mis primos y mi hermano Paul en Jacarandas, o cuando paseábamos
por los andadores de Villa Coapa, y cuando comíamos tacos de barbacoa con chicharrón y salsa borracha en
trajinera en Xochimilco.
Mi infancia y adolescencia están enmarcadas por ese
colectivo: primos, primas, tíos, tías, las abuelas, mis hermanos celebrando festivamente
que era sábado de familia y que la fiesta era en casa de Tina, o domingo y nos esperaba la paella en casa de la
abuela Nena.
El colectivo, se entiende, es la parcela de humanidad con la
que me tocó vivir. Es decir, la vida pasó entre nosotros: fuimos niños jugando futbol
en la calle y comiendo pastel en los cumpleaños, fuimos adolescentes bailando con las novias en las fiestas,
estuvimos en nuestras bodas, vimos crecer a nuestros hijos; vimos como nuestros
padres se convirtieron en los abuelos cuando ya no hubo ni abuela Nena, ni
abuela Tina; despedimos a todos los abuelos que fueron nuestros padres y vamos
camino a ver a nuestros nietos comiendo
su pastel de cumpleaños e intercambiando regalos en la noche de navidad.