martes, diciembre 31, 2019

CERRAMOS EL 2019




¿Dónde estamos?  ¿de dónde venimos?  ¿qué buscamos? ¿qué causas hemos defendido?
¿algo hemos aprendido del pasado? ¿nos seguimos tropezando con las mismas piedras? ¿hay algo que deseemos para nuestras vidas en  el tiempo que viene?

¿Entendemos algo más del cosmos, del tiempo, de la vida,  la que nos tocó vivir?
Nos hemos inventado. Somos los inventores de nosotros mismos. Nos hemos inventado: civilización, cultura, ciencia, arte; nos hemos inventado el tiempo  y sus cajitas (pasado-presente-futuro ; y no sabemos aún si son necesarias las tres o lo que necesitamos es solo una, eso sí, un poco más grande quizá).

Termina un ciclo más; nos hemos inventado, milenios, centurias, eones, eras. No hay mayor misterio que el tiempo. Un solsticio más. Un tiempito entre los tiempos, esos, los inmemoriales. Contabilizamos nuestra eterna brevedad. Inventamos los relojes. El Tic tac. Suponemos el tiempo…tic tac… la vida, tic tac tic tac. Ayer, hoy, mañana.
No dejamos de inventar.

Somos los inventores de nosotros mismos


Año tras año, desde que la inventamos, la riqueza se acumula en menos manos, mientras la miseria (que nació junto con la riqueza)  se expande inmisericorde como pandemia.
Inventamos  el trabajo, al patrón, al obrero, la ganancia, la plusvalía.  Este 2019 se cumplen 244 años de la publicación de “La riqueza de la naciones” de Adam Smith, su complemento, “El capital”,  de Carlos Marx, oráculo del socialismo,  cumple 152 años.

Nos inventamos el poder

La lucha por la riqueza e incremento de poder  del establishment no se detiene.  No importa el nombre: Nos inventamos Dioses, Emperadores, Reyes, Monarcas, Presidentes, Sheik, Zar, Primeros Ministros, Ayatolas.
Pero a los hombres, el poder no se nos da.  La historia nadie la cuenta mejor que el buen J.R.R. Tolkien, que supo de Hitler, de Franco, de Mussolini, de Stalin, de Videla, de Pinochet antes, mucho antes de que nacieran, porque su germen, ya había nacido.

No nos hemos cansado de pelear

Hace 83  años del inicio de la Guerra Civil Española, y hace 44 que terminó la dictadura Franquista, que duró  nada más 30 años (y nosotros que no dejamos de  quejamos de Porfirio Díaz). El “Guernica” de Picasso este año cumplió 82 de ser pintadopor el buen Pablo.  Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, José maría Gironella, Javier Marías, Antonio y Juan Goytisolo, Almudena son autores,  que entre muchos otros, siguen escribiendo las historias de esa Historia. Quizá no habrá manera de escribirlo todo, de recordarlo todo, de saberlo todo, pero esto poco importa, porque cada memoria, cada recuerdo es un testimonio. Como testimonios invaluables son los que recogen Elya Ehremburg y Vasili Grossman sobre el exterminio de los judíos por solados alemanes en tierra soviética durante la segunda guerra mundial. El Libro Negro, cumple 26 años de su publicación.  

No nos cansamos de pelear

Este 2017 se cumplieron 105 del inicio de la Primera Guerra Mundial (con su Verdum y su Somme, las batallas más cruentas de la historia moderna), y 80 del inicio de la 2ª, que vio nacer un nuevo modelo de guerra: La fría. Guerra que no fue sino enfrentamientos colaterales (Corea, Vietnam) y amenazas de dos bandas de malandrines (la crisis de los misiles en Cuba) entre  La OTAN y el Pacto de Varsovia. El Muro de Berlín, el primogénito de la guerra fría, que partió al mundo en dos, duró vigente 29 años. Hace 74 años de Hisoshima y Nagasaki.


No nos cansamos de matarnos

La Revolución Mexicana (1919-1920)  dejó 3 500 000 de muertos; la Cristiada (1926-1929), 250 000 muertos.
Guerra contra el narcotráfico en México (2006-2012): aproximadamente 250,000 muertos
En los últimos años en  México,   alrededor de 3000 mujeres, mueren cada año  con violencia.
Pareciera que vivimos en una guerra civil. No hay piedad. Solo furia y miedo.

No nos cansamos de escribir

 Miguel de Cervantes y William Shakespeare murieron  hace 403 años. Fueron las primeras grandes plumas que hablaron de la condición  humana: el amor, la  codicia, la ambición, los celos, la traición, la lealtad, el honor. El quijote sigue cabalgando, hay terrores  disfrazados de molinos en cada esquina. Y no pasa una noche sin que  Hamlet busque al traidor  que asesinara  a su padre; sin que Macbeth se bañe en sangre  por la ambición de poder; sin que Romeo se encuentre con Julieta en alguna preparatoria de la ciudad

Hace medio siglo  de la publicación de los   referentes del "Boom latinoamericano", (Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes) hace 56 años de la publicación de “Rayuela” y 52 de “Cien años de Soledad”, 50 de “Conversación en la Catedral”, y 61 de  de  “La región más transparente” de Fuentes.    Lezama Lima publicaría  “Paradiso” en 1966, Juan Rulfo, su “Pedro Páramo” en 1955, Alejo Carpentier su “Siglo de las Luces”, en 1962, y  Miguel Ángel Asturias, “ El señor presidente “ en  1967.  Tuvimos entre nosotros una  Gabriela Mistral, aunque en vida se llamó también  Lucila Godoy; este 2019 se cumplen  62 años de su muerte. Su poesía iluminó  el vasto territorio latinoamericano. Ya ha llovido desde última generación literaria capaz de crear un estilo propio de literatura latinoamericana. Pero aquí está Roberto Bolaño, dejando obra y estilo entre nosotros para iluminar nuestra literatura.

Nos inventamos la música

Seguimos escuchando las invenciones de un  pasado que solo parece distante. Hace 269  años murió  Johan Sebastian Bach,  hace 192 Ludwig van Beethoven,  172 Felix Mendelssohn, y 80 que murió George Gershwin. Bela Bartok muere hace 74 años y Mstislav Rostropovich (y su cello imbatible) murieron hace 12 años. A todos los seguimos escuchando.
Como seguimos escuchando, como hace  55 años el primer disco de los Beatles (“Please please me”)  y como hace 48 el último (“Let it be”). Nos quedamos sin Lennon hace 39 años, sin Harrison hace 18. Pero la música del cuartero ahí está flotando en medio de la nube, que es nuestro registro Akáshico.

Nos hemos inventado, esta suerte de breve eternidad, por eso aunque no se escuchan los pasos de  Louis Amstrong desde hace 47 años, los de Ella Fitzgerald  hace 23, y  los de  Sinatra hace 21, ellos siguen cantando como siempre. Y aunque Carlos Gardel, murió hace 84 años, los que saben dice que está cantando mejor que nunca.

Para entender este mundo pareciera que hay que saber palabras como:  Al Qaeda, Sunita, Chíita, Euro, globalización, Brexit, células madre,  ISIS, Palestina, Putin, Trump, petróleo,  Producto interno bruto, redes sociales,  Twuiter, Facebook, Instagram, móvil,  Aunque –tristemente- se usan menos palabras como: amor,  cielo, noche, alma, amigo, compromiso, ven, alegría, justicia,  pasión, sentir, poesía, reír, abrazar.

Mi propia invención


Hace rato que se fueron quienes me sembraron.
Mis abuelos Eugenio y Juan Benjamín hace más de 60. María Elena, mi abuela paterna hace 34.Mi Madre Consuelo, hace 32. Mi abuela Tima, hace 31. Adolfo Morales Spínola, hace 28.

Según mis cuentas  a los 15   escribí mi primer poema (pero pude escribirlo  las 14 o los 13; la verdad, no lo recuerdo). Hace 19 años que publiqué mi primer libro, y hace 34 que escribí mi primer artículo para  “El Mexicano” y en el 2018 escribí un  libro más, “Tierrabajo”. Hace 31 años que hago radio.

Sé que la vida es corta;  que no hay tiempo;  que nada hacemos solos, que poco – si es que hay algo – que concluimos en esta vida; que lo que hacemos, de una forma u otra, continua la obra de alguien, y que será otro quien continua la nuestra.
Mi hijo Yoall dice, y dice bien, que la única forma de ganar una batalla es heredándola
Sé que soy bendecido por el amor, y que la generosidad de los dioses es inagotable (sé que nos dieron el olvido y la esperanza), pero que el mañana siempre será un misterio.
 Este 2019 me hice de tres plumas y 11 (pero podrían ser trece) libros más.

jueves, febrero 07, 2019

EL COLECTIVO



9.- Tuve dos  hermanos (un administrador y atlantista,  y un vendedor inmune al futbol y al chachacha) y una hermana (educadora de jardín de niños, que luego directora y supervisora al servicio del SNTE). Fueron ocho mis tíos en total. Cuatro  paternos, cuatro  maternos. Quince primos maternos y veintiún paternos. Dos abuelos maternos: Juan  (el trompetista) y Tinita, y dos paternos:  la abuela Elena (y bueno, del abuelo paterno desterrado de la memoria familiar, ni su sombra).
Lo que sigue es la larga y divertida historia de un colectivo integrado por tíos, primos, abuelas, hermanos, padres, compadres y comadres. El colectivo, viajaba a Veracruz a las vacaciones de verano; a Puebla a la visita anual “reglamentaria” al Cristo Negro en marzo o abril – un Cristo negro que a mis primos y a mí, siempre nos daba terror-; a Xochimilco algún domingo a comer Barbacoa y carnitas en trajinera,  a Cuernavaca en la primavera (con desayuno de quesadillas y champurrado en Tres Marías), a Xalapa a visitar al padrino Gustavo y su esposa Alicia,  a Tepotzotlán a comer mole en enchiladas.

Claro que el número de los miembros del colectivo variaba, así que lo mismo éramos  15 en una comida de fin de semana,  que más de 30 en un cumpleaños, o en la cena de navidad en casa de las abuelas Tina o Nena, o en la noche de año nuevo (se entenderá que la comida o cena era por tandas, básicamente por estaturas).

Claro que el colectivo tenía una claro liderazgo de las abuelas que cuidaron por décadas – y hasta donde fue humanamente posible- las buenas relaciones entre hijos y nietos, procurando que su comida fuera insuperable.

El estilo general del colectivo tenía dos elementos  era festivo y abigarrado; lo festivo era una  herencia natural del ADN  Moncada, todos amantes del Cha Cha cha, la Huaracha, el Son y el  Danzón; y lo abigarrado venía de la voluntad de la vuela Elena (Nena) de que sus hijos y nietos la rodearan permanentemente, donde ella estaba, tenían que estar todos. De hecho, “invitaba” a sus hijos – solo ellos- a visitarla todos los martes, donde, les servía Huachinango al mojo de ajo mientras les pedía cuentas de la vida. Así que a la menor provocación, el colectivo  reunía a miembros Morales y Moncada, para celebrar lo que fuera, donde fuera.

Yo era el sexto nieto de los Morales, y el segundo de los Moncada. Nada espectacular. Pero tenía algo que me distinguía: para mi abuela Tina, era el único nieto músico, heredero de los “ojos tristes” de mi abuelo Juan Benjamín (el trompetista); mientras que para mi abuela Nena, yo era a veces, algo así como un extraterrestre que se había colado entre los humanos, y a veces el único nieto que podría escribir la historia de su familia (entendamos, el colectivo). También para mis primos yo era un tipo raro, un tanto solitario e introvertido,  que era Scout (así que con frecuencia salía de campamento), que era, además, poco afecto a discotecas o bares, y se la pasaba leyendo y escribiendo (lo que a mi familia Morales le resultaba, cuando menos sospechoso, mientras que a mis tíos Moncada, les parecía de lo más normal).

Pero, aunque mis primos y tíos quizá no lo supieron bien, yo me la pasaba de maravilla en el colectivo: lo mismo en Veracruz paseando por el malecón o comiendo nieve de Guanábana en el parque del centro, o tomando café en La Parroquia, o paseando en los tranvías;  que durante el  camino a Puebla a la visita del Cristo negro ( y comiendo chalupas de mole en el mercado ), o cuando visitábamos a la vuela Tina, en la época en que vivió con su hermana, la tía Ruth, o cuando jugaba coladeritas con mis primos y mi hermano Paul en Jacarandas, o cuando paseábamos por los andadores de Villa Coapa, y cuando comíamos tacos de  barbacoa con chicharrón y salsa borracha en trajinera en Xochimilco.

Mi infancia y adolescencia están enmarcadas por ese colectivo: primos, primas, tíos, tías, las abuelas, mis hermanos celebrando festivamente que era sábado de familia y que la fiesta era en casa de Tina, o  domingo y nos esperaba la paella en casa de la abuela Nena.

El colectivo, se entiende, es la parcela de humanidad con la que me tocó vivir. Es decir, la vida pasó entre nosotros: fuimos niños jugando futbol en la calle y comiendo pastel en los cumpleaños, fuimos adolescentes  bailando con las novias en las fiestas, estuvimos en nuestras bodas, vimos crecer a nuestros hijos; vimos como nuestros padres se convirtieron en los abuelos cuando ya no hubo ni abuela Nena, ni abuela Tina; despedimos a todos los abuelos que fueron nuestros padres y vamos camino a ver a  nuestros nietos comiendo su pastel de cumpleaños e intercambiando regalos en la noche de navidad.

domingo, enero 27, 2019

FIN DE LA INFANCIA


8.- Llegado al Estado de México, al fraccionamiento Jacarandas, cambié de escuela. La primaria la estudié en la escuela pública, a partir de tercer año y hasta sexto,  tenía nombre de prócer de la patria José María Morelos y Pavón. Plantel amplio y seco. Una línea de salones, uno junto a otro. Todos grises,  fríos, como el agua: Inoloros, insaboros, incoloros. El patio se dividía en dos. Una parte  de cemento, donde nos formábamos en las mañanas, celebrábamos las asambleas, los lunes y los días festivos (cuando tocaban). La segunda parte era un terregal despoblado árido, propio de películas de vaqueros. No había árboles, ni pasto, ni plantitas. En los recreos jugábamos futbol llanero: campos de piedras, porterías de piedras.  Los salones eran las tristes penínsulas de ese mar de tierra rota.

Las clases discurrían una tras otra. Poco recuerdo de los maestros o maestras. Hombres y mujeres que no dejaron mayor huella en mi memoria. Ahora que lo pienso suena cuando menos triste. Recuerdo los rostros de dos o tres compañeros con quienes jugaba en los recreos y compraba algún dulce en la tiendita que estaba justo frente a la escuela. La primera era mixta (aunque tampoco recuerdo nombres o rostros de compañeras), y recuerdo que a ella asistía mi hermana (dos grados por debajo del mío) y llegábamos y nos íbamos juntos a la escuela.

Mi horario era matutino, y supongo que de 7 a 1.
A la salida no había más que irse a casa (acaso una pasadita a la tiendita), donde mamá nos esperaba.
Mi infancia entre los 8 y 11 años, no dejó mucha huella en mí.

Mi calle, Sinaloa,  tardó en poblarse. Poco a poco llegaron los que serían mis amigos de calle. Samuel frente a mi casa, Alfonso y Víctor que vivían en la esquina; las hermanas Rojas, que se instalaron a un lado de la casa de Samuel.

Mis tardes era  caseras. Tareas,  ver un poco de t.v.: el tío Gamboín y sus caricaturas, algunas series norteamericanas como Lassie, el Llanero Solitario, prepararnos con la llegada de papá del trabajo,  para la cena  y el baño. Con el paso de los años  y la llegada de los amigos, jugar “coladeritas” en la calle, dejó de lado las series vespertinas y las caricaturas del tío de la tele.

Esa infancia fue lejana del mundo, y de México. Nada supe. En casa no se habló de ello, pero no muy lejos de Jacarandas en el Estado de México, el gobierno de Adolfo López Mateos, usó al ejército para reprimir (armas de por medio) movimientos de ferrocarriles, de maestros y de líderes agrarios. Los líderes que no murieron, fueron encarcelados en Lecumberri (como Demetrio madero). Otros, como el líder agrario Rubén Jaramillo fue asesinado (juntos con su familia). Yo tenía 7 años. Tardé en enterarme. Pero con el tiempo  supe que reprimir con violencia, encarcelar líderes en Lecumberri, y enterrar a otros, era una larga costumbre de los presidentes mexicanos.

Tarde que temprano, mi infancia y mi inocencia terminarían.

miércoles, enero 23, 2019

LOS VIEJOS EDIFICIOS DEL DISTRITO FEDERAL


7.- Hasta los ocho  años, viví en edificios  de  la ciudad de México.

El primer departamento que recuerdo era  modesto. Pero recibía algo de luz, porque lo recuerdo iluminado. Tenía un breve balcón que daba a una calle pequeña, poco transitada, por el que entraban los ruidos y voces de la ciudad. Y aunque era el Distrito Federal, era una ciudad capital en 1958 o 1959, es decir, era una ciudad en gestación. Era, la región más trasparente, de la leería muchos años después. Ciudad con pocos autos, poco ruido, muchos de nosotros caminando por calles donde habían panaderías, tiendas de abarrotes, tortillerías, fondas, tintorerías y sastrerías.

El segundo edificio que recuerdo estaba en la colonia Narvarte. Estaba a dos o tres calles del estadio de Beisbol del Seguro Social, donde jugaban “Los tigres” y “Los diablos rojos”. Equipos que, según supe después eran el equivalente al América y Guadalajara, al Real Madrid y Barcelona, o al Boca y el River. Así que varias veces al año, el estadio iluminado, se llenaba hasta el tope, y las calles cercanas se llenaban de autos. Quizá esto debió despertar cierto interés en mi por el juego y desarrollar un beisbolero en mí. No fue así. Pudo más, mucho más, el afán y querencia de mi papá Spínola por los “Potros de hierro del Atlante” por lo que me hice futbolero desde mi más temprana edad.

Mi edificio, el de la colonia Narvarte,  estaba en medio de decenas de otros más. Un edificio pegado a otro. La calle se llamaba Petén. Y no, no había un jardín, ni un jardincito, así, breve donde jugar con una pelota, por minúscula que fuera. Así que  en mi infancia, entre los 4 y los 8 años  no había otro entretenimiento que la radio que se encontraba en la sala de la casa. En ella  escuchaba muy temprano, mientras me preparaba para ir a la primaria,  los cuentos para niños de Cachirulo que mi mamá ponía cada mañana.

Mi edificio era oscuro. Al departamento donde vivíamos mis padres, mi hermana (año y medio menor) y yo no le entraba luz por ningún lado. Siempre estaban prendidas las luces (los focos) de sala, comedor, y cocina. La única luz exterior, era la que entraba por la ventana de la cocina que daba a un vacío en medio del edificio  por el que asomándose se veía un trocito de cielo. Recuerdo un comedor con una mesa redonda, cuatro sillas y una sala brevísima con dos sillones y la radio, como el centro de gravedad, del departamento entero. La cocina era minúscula, lo que más rememoro son los olores que salían de ella.

El departamento tenía dos recámaras, una para mis papás y otra para hermana y yo.
No recuerdo mi figura ni mi rostro de aquella época, solo me ubico en mí, ante las fotografías que mi abuela  tomaba cuando viajábamos a Veracruz, por lo que recuerdo el departamento, pero me cuesta trabajo verme en él.

Recuerdo las mañanas caminando de la mano de mi mamá, rumbo a la escuela; y las dos calles que nos separaban de la tienda de abarrotes donde comprábamos pan, dulces, las pepsicolas que compraba mi abuela Nena en la época en que vivió en el mismo edificio , en el departamento que se encontraba justo debajo del nuestro. No fueron pocas las tardes que pasé en casa de ella, tomando pepsis y comiendo galletas marías.

Tenía ocho años, cuando nos cambiamos a una casa de dos pisos en un fraccionamiento en el estado de México. Se llamaba Jacarandas y llegar a él, era como ir a  Cuernavaca. Cerca de una hora de camino. Fue en esa casa donde viví 20 años.  Viví en ella cuando hice mis verdaderos amigos, viví en ella cuando salí a jugar futbol en la calle, viví en ella cuando me enamoré y desenamoré, cuando escribí mis primeros cuentos poemas y canciones, viví en ella, mi adolescencia y juventud. Todo lo que vale la pena recordar, lo viví mientras viví en la calle Sinaloa #224, en el Fraccionamiento Jacarandas.



domingo, enero 20, 2019

CONSUELO


6.- Si mi papá veneraba al Atlante y al futbol, mi madre, Consuelo, – hija de Juan Benjamín y Tinita-  se declaraba fanática del Cha Cha Cha  de Jorrín y su Orquesta, de Olga Guillot, de los boleros de amor y desamor como “La Puerta” de Luis Demetrio, “El Reloj”, y “La barca” de Cantoral,  de la voz de Astrud Gilberto y su “Chica de Ipanema”, y de todo Álvaro Carrillo . Consuelo, llevaba lo Moncada en los pies.

Consuelo era, por decirlo de alguna manera, la responsable del Playlist de la familia (en otros tiempos se diría  que por ella pasaba el soundtrack de la familia Morales Moncada).  De este modo la sala, con el  aparato de sonido convertido en su corazón palpitante,  se convertía  en el epicentro de la casa.

A Consuelo, como a ninguno de sus hermanos, se le dio  la música como instrumentista. Recuerdo la historia que contaba de cuando de niña la enviaron por meses a unas clases de piano, que resultaron inútiles  y fastidiosas.  Luego entendí que lo suyo no eran ni el Barroco, ni el clasicismo  europeos, sino la salsa y el bolero cubanos. Y esto no era totalmente extraño, hay una línea Moncada que se sitúa en Cuba (de hecho, así se llamaba, Moncada,  el famoso cuartel asaltado por Fidel  Castro en aquel 26 de julio de 1953 cuando iniciaba su movimiento que terminaría por derrocar  a Fulgencio Batista en 1959).

Quizá por ello (aunque es de esas cosas, que nunca se saben)  en el ADN de Consuelo Moncada, encontraron su lugar incontables  Cha cha chas, Danzones, Mambos  Huarachas,  Sones, y Boleros nacidos en la isla caribeña.  Durante décadas, la casa se inundó de las voces de la Guillot y su “Tú me acostumbraste”; de Pérez Prado y su “Mambo número 8”;  la orquesta Aragón y su “Cachita”, de Enrique Jorrín y sus “Clases del Chaga Cha Cha”, de  Daniel Riolobos  y su “Cuenta conmigo”;  de Sonia “La única” y su “Te amaré toda la vida”. 

Mujer con corazón hecho de cadencias, le siguió de cerca , es decir de oido a José José, a Marco Antonio Muñiz, a los Hermanos Castro,  y terminó siendo fanática de Juan Carlos Calderón, creador, él solito de grupos como “Mocedades”, “Trigo Limpio” y “Sergio y Estíbalis”. 

La influencia del  papá trompetista Juan Benjamín, hicieron de Consuelo  una coleccionista de Herb Alpert y sus Tijuana Brass, por lo que era costumbre una mezcla musical que incluyera, lo mismo “Casino Royal”, “Tijuana Taxi”, o “Fandango”’.

La musicalidad de Consuelo la llevó a incorporar en sus gustos (y en nuestra discoteca) lo mismo a Sergio Méndez y su Brasil 66, a la voz aterciopelada de Astrud Gilberto con su “Chica de Ipanema”; aunque su musicalidad fue refractaria a las diversas formas de rock, por lo que Los Beatles y los Doors,  y sí fue escucha de Enrique Guzmán, Cesar Costa y Angélica María.

Si mi herencia paterna fue el futbol,  la  literatura Rusa y LA  Francesa; la materna es un gran pentagrama, un amplio teclado donde caben ritmos, voces, cadencias.

Mis gustos futboleros y literarios vienen del buen Spínola, mi soundtrack, mi playlist es herencia  completita, de Consuelo,  Moncada.

miércoles, enero 16, 2019

Spínola



5.- Mi papá se llamó  Adolfo Morales (Spínola). El caso es que es el primero de cuatro Adolfo Morales en la familia. Él  fue el primero, un hijo de mi tío Eugenio el segundo, yo, el tercero, otro hijo de mi tío Paul, el cuarto. Aprovecho esta oportunidad para decir que tuve un tío Paul, dos primos Paul, un hermano Paul, un sobrino Paul y una sobrina Paulina. También una abuela Elena, una tía Elena, y tres primas Elena. Un tío Carlos,  dos primos Carlos, y tres sobrinos Carlos. Cierto, parecemos un familia de Macondo.

Durante años (muchos, pero muchos) mi vínculo con el buen Spínola fue el futbol. El caso es que de las primeras cosas que fue (y quizá una de sus querencias de vida),  fue ser  futbolero y  Atlantista (futbolista amateur y Atlantista profesional). Para él,  nadie como Horacio Casarín declaraba de domingo en domingo (ni Enrique Borja, ni Hugo Sánchez, ni el Manolete Hernández, ni el “Chalo” Fragoso. Claro que no conoció ni a Xavi, ni a Iniesta, ni  ni a Messi). La elección de los azulgrana como equipo de batalla no sorprende. Los Atlantistas eran, como él y sus hermanos, de  los desposeídos del país.

Tengo que decir que en la sala de nuestra casa – la evidencia no dejaba lugar a la duda- estaba la fotografía del equipo amateur (llanero pues) donde, en el once titula,r  jugaban mi papá, su hermano Carlos y José Alfredo Jiménez. Si se preguntan si el José Alfredo era ese José Alfredo, pues sí, era ese José Alfredo (el de Serenata Huasteca, el de La que se fue, el de El Rey. Bueno, el José Alfredo que vestía de portero era el que con el tiempo se convertiría en el buque insignia de la  canción ranchera, en ese José Alfredo que todos conocemos).

Mis primeros recuerdos del buen Spínola, son verme sentado junto él en la sala de la casa junto a un radio de mediano tamaño  escuchando por radio la narración de Fernando luengas, de Ángel Fernández de los partidos de futbol del Atlante, contra el Necaxa, el América, el Guadalajara, el Oro, el Atlas. No fueron pocas las ocasiones en que fuimos al estadio de Ciudad Universitaria, luego al “Coloso de Sta. Úrsula (el Estadio Azteca) a ver los juegos cualquier domingo a las 12 de día.

Con el tiempo, mi papá, cuando trabajaba como  gerente ventas  de radios Motorola formó un equipo de futbol  donde jugarían algunos de sus empleados. El caso es que,  adolescente preparatoriano, tuve la oportunidad de jugar en el equipo amateur (llanero) que él dirigía (el buen Spínola  como muchos jugadores, terminaron siendo entrenadores). Fueron muchos sábados en los que a eso de las tres de la tarde, me vestía con el uniforme azul de “Radioelectrón” para jugar como centro delantero en el once titular del equipo que jugaba en un campo de tierra, piedras y vidrios. Y sí fuimos campeones, el menos en una de las tres temporadas en las que jugué.  Fueron legendarios los partidos contra trabajadores de otras empresas, como lo fueron,  las reuniones en  las célebres cantinas como el “Ebro” y el ”Cuatro vientos” a donde íbamos, a comer yo, y a jugar dominó y cubilete él con sus amigos, después de cada juego, donde  celebrábamos cervezas, y sodas de por medio,  con el mismo ánimo festivo lo mismo victorias que derrotas.  

(5.1) Cuando escribo esto, pues hace años (28) que buen Spínola no está. Murió a pocas semanas del nacimiento de mi primer hijo. Cuatro años después de la muerte de mi madre.
El Atlante juega en la segunda división.
Y yo veo los juegos del Barcelona, los azulgranas de Xavi, Iniesta y Messi que mi papá no conoció.  

domingo, enero 13, 2019

LA ABUELA ELENA


4. Mi abuela paterna. 

María Elena Spínola era una mujer  blanca como la espuma del mar caribe, de ojos verdes, como esmeraldas recién nacidas,  dignamente solemne, criolla de segunda generación, defensora furibunda de la herencia dinástica hispana que juraba llevaba en su sangre.  A la menor provocación contaba y recontaba la historia que la hacía hija  y heredera de la familia del Marqués de Spínola. El nombre que los nietos teníamos que conocer (y recordar) era: Ambrosio de Spínola, Marqués. Resulta que nuestro antepasado (mucho más de ella que nuestro. Los nietos ya no tenemos el apellido histórico) fue el General del ejército Español, responsable de la victoria de la monarquía hispana  sobre Breda (1625), defendida por Justino de Nassau, de la casa de Orange. Diego Velázquez en su obra “Las Lanzas, o La rendición de Breda” representa con realismo el momento en que al general Spínola le entregan  las llaves de la ciudad vencida. En fin, nuestra abuela insistió hasta el cansancio que ese fue el  momento fundante de nuestra estirpe real.

Debo decir que sus nietos nos dividíamos entre quienes asumían ser parte de esa dinastía y quienes creían que esa historia (como muchas otras) formaban parte de los delirios de grandeza de una familia española (la Spínola) venida a menos al mudarse a las américas en algún momento del siglo XIX. Nunca supimos la verdad (si es que hay una verdad en medio de las historias de familia).
Lo que es un hecho es que la Abuela, nacida en la península de Yucatán, en una fecha que siempre fue un misterio, vivió toda su vida  como Carlota en México, como  una  reina en el exilio.

La historia  dice que, porque se le dio la gana (y porque al parecer había una historia  de amores controvertidos),  se fugó adolescente de casa de sus padres  herederos de la nobleza hispana, radicados en Campeche, y terminó viviendo  en Veracruz. Fue ahí,  en la ciudad propia de cadencia marina y de vientos del norte,   donde profundizó en su amor por el mar del Golfo,  por el café recién hecho, por la brisa húmeda vespertina, y por las caminatas nocturnas frente al mar y donde consolidó su amor controvertido.

Al paso de los años no hubo un solo hijo, ni un hijo de sus cinco hijos que se escapara de los embrujos veracruzanos: el   café de Huatulco; el Chilpachole de Camarón;  de las Gordas, las negras y las picadas;  el sonido del mar en medio de la noche; de la nieve de guanábana, ni de las caminatas nocturnas por el malecón.

Fue en Veracruz donde hizo vida, hasta que después de tener a sus  hijos (por razones siempre innombrables), se separó  del padre de cuatro chamacos y mi tía María Elena. Desde entones vivió como madre soltera, borrando  de los anales de la familia (de una vez y para siempre)  la historia del abuelo Eugenio del que solo supimos su nombre, y nunca la ruta que tomó del exilio familiar.  Entre sus sobrevivientes, por años se rumoró su nombre a voz baja, hasta cuando nombrábamos al tío Eugenio, que recibió como única herencia del padre en fuga permanente, su nombre. El destino final del hombre que se casó con una Spínola  fue y será   un misterio para los nietos. Mi abuela tenía una filosofía de la vida que resumía en frases de un solo renglón. No salía de su casa sin guardar un pañuelo bajo la manga de su vestido, y nos decía: “por si se ofrece llorar”, mientras que para definir los temas tabú en la familia: “de esas cosas, no se habla”. Y todos sabíamos, que entre las cosas de las que no se hablaba,  el  primer lugar de la lista, lo ocupaba mi abuelo.

La abuela Elena, cuando crecieron sus hijos cambió de residencia a la ciudad de México, luego al Estado de México, pero al paso de los años, su querencia marítima la llevó a volver  a hacer vida en la ciudad en cuya entrada había una pared que decía en letras visibles a la distancia:  “Solo Veracruz es bello”.
   
Durante mis primeros 25 años de vida (hace 13 años  que cumplí mis segundos 25), no pasó uno solo sin que, primero en familia y luego por mi cuenta,  viajara a Veracruz. Semana Santa, vacaciones  de verano, de diciembre fueron oportunidades que aprovechábamos para volver a la ciudad de las querencias de mi abuela y de mi padre.

Mi romance con el café, el gusto por el  mar y su vaivén, la luna roja naciendo del horizonte,   tienen un origen: Veracruz.

domingo, enero 06, 2019

Quizá solo soy músico, aun cuando soy escritor


(2.1) Quizá solo soy músico, aun cuando soy  escritor. No faltado quien me diga que en muchos de mis textos hay cierta cadencia, musicalidad. No sería extraño. Mi primer acercamiento al arte fue la música, primero la guitarra y luego el piano. Y ahí, siempre ahí, la imagen recreada de mi abuelo trompetista. Su fotografía (vestido y peinado al estilo Emilio Tuero o Carlos Gardel). En fin, a estas alturas bien podría decir que escribo música, pero no uso el pentagrama, ni las notas negras, blancas, corcheas; ni escribo en clave de Sol, pero escribo música usando el alfabeto. Fraseo con palabras, como acordes. 

Fue tan natural en mí entender desde que tengo memoria el espíritu de la música. Captaba sin dificultad armonías, acordes, tempos. Era como si existiera en mí la manera de decodificar el lenguaje de la música, tanto  que  llegada la adolescencia y el gusto por las letras,  no fue difícil usar palabras y frases para escribir un poema, un cuento breve, que bien podían ser en cierto modo un nocturno, una partita,  una sonata para piano  de cuatro movimientos, un cuarteto de cuerdas. 
Es extraño pensar que quizá le debo mucho de mi vocación artística, al abuelo materno que no conocí.

Una tarde mi abuela Tina (claro que se llamaba Ernestina, y seguro que mi abuelo alguna vez le dijo Tinita) escuchándome tocar el piano me dijo, que yo tenía los “ojos tristes” que tenía mi abuelo y que lo que tocaba era muy, lo que mi abuelo cuando tomaba su trompeta.
Es la herencia. Es esto que ahora llamamos el ADN, es el inconsciente familiar. Es… como si uno supiera lo que és.

Soy un músico que usa las palabras.

3.- Cuenta la leyendas que mi Abuela Tina,  se había enamorado Juan Benjamín Moncada de él sólo porque era músico ( y porque se parecía a Emilio Tuero, y también porque tenía la mirada lánguida de Carlos Gardel). La leyenda cuenta que ella vivía en un departamento  en un piso por encima del de un joven trompetista con el que se cruzaba de tarde  en tarde, cuando a punta de escuchar las notas azules que  subían y se colaban por la ventana de su recámara. De puro amor y de la influencia de las notas nostálgicas provenientes de la trompeta de mi abuelo, Tinita y Juan Benjamín, tuvieron cinco hijos.

La Tina que yo conocí, era una  viuda alegre con el alma de pan de dulce. Frente a su viudez había mantenido su gusto por vivir y por la música. Gustaba de cuidar a sus nietos y cocinar la cena para ellos. Después de la muerte del abuelo trompetista,  trabajó para mantener a sus hijos, aunque hubo alguna temporada en que pidió ayuda a alguna de sus hermanas para cuidarlos. Así que mi mamá, Consuelo, pasó temporadas de su infancia en casa de su tía Herminia y su tío Felipe. Esta tradición de trabajar para mantener a la familia la mantuvieron todos los hijos de la abuela Tina (a excepción de mi madre, que una vez casada, no tuvo otra vocación que ser la señora de Morales Spínola y cuidar de su herencia y descendencia),  particularmente la mayor, Alicia, que fue la hija con la vivió más tiempo (aunque hubo temporadas en que vivió con la segunda hija, Olga, que también trabajo toda su vida).

No he conocido a nadie con el alma más entregada y amorosa que mi abuela Tina. La recuerdo lo mismo pidiéndome que me quedara en la sala de su casa mientras me preparaba unos frijoles con pan y calentaba agua para el café, que sentada a mi lado escuchándome tocar el piano, mientras su corazón rejuvenecido, volvía a donde el abuelo trompetista ensayaba junto a ella, alguna canción de moda, como “Bonita” o “Quinto Patio”.

Durante años la comida familiar de los sábados era en casa donde vivía la abuela Tina, o en la casa a don ella iba a comer (como la nuestra, por ejemplo). El protocolo requería llegar hacia medio día, preparar la comida entre las hermanas y la abuela; comer adultos y sobrino, poner agua para el café y conversar hasta el final de la tarde, mientras los nietos jugábamos futbol en alguna calle cercana.
Tengo presente, que fue por ella que conocí a mi abuelo, que fue por ella, que Juan Benjamín fue mi abuelo, y que fue por ella, que escribo música usando palabras.  

viernes, enero 04, 2019

Nacemos indefensos e inconscientes


1.1   Nacemos  indefensos e inconscientes. No tenemos ni idea de la vida a la que llegamos, ni de las personas con quienes vivimos. Tardé mucho tiempo en conocer y entender al hombre y la mujer que eran mis padres.  Pude relativamente pronto identificar sus rostros, sus voces, saber  sus nombres; más tiempo, sus gustos, sus preferencias, lo que querían, lo que esperaban de mí. En mi infancia, mi mundo era del tamaño de mi casa, de mi calle. Vivía en una suerte de isla, y de tiempo en tiempo viajaba a otras islas, que eran las calles, las casas  donde vivían mis abuelas, mis primos. No imaginaba el tamaño de la ciudad, del país, del mundo.
Qué poco sabía del lugar a donde había nacido, de las personas que me rodeaban.
Mi cariño y admiración por ellas se fue gestando poco a poco, día tras día, a punta de gestos.
Con el tiempo llegué a saberme nieto de un trompetista, hijo de un atlantista profesional, heredero del adn artístico de la familia de mi mamá, hermano mayor de tres hermanos; el primo extraño al que le gustaba leer.

2.- Mi abuelo materno, Juan Benjamín Moncada, era trompetista.
Decían mis tías  que en su tiempo de gloria  habría tocado a mediados del siglo pasado con las orquestas de  Luis Arcarás y Juan S. Garrido- mucho swing, mucho bolero, mucho ritmo y cadencia, dentro y fuera de casa-.
Nunca supe mucho de mis bisabuelos. Pero era un hecho que Juan Benjamín y sus hermanos Luis y Carmen eran poseedores del ADN Moncada que los conectaba con el arte. Mi abuelo, trompetista, Carmen, bailarina y cantante, y de Luis se decía que era patriarca de una dinastía de escritores, poetas y periodistas.  De esta triada de hermanos  crecería una dinastía Moncada de pianistas, escritores, cellistas, danzantes y poetas.
Cabe decir que a mi abuelo lo conocí de oídas (siguiendo de cerca las historias que urdían mi abuela y sus hijos) y por unas cuantas fotografías  que mi abuela conservaba, como su mayor herencia amorosa.  Pero de esas historias es indudable que  surgió, mucho tiempo después, mi gusto por la música de trompeta  (Herb Alpert y Miles Davis), el saxofón ( John Coltrane, Stan Getz, Paul Desmond y Charlie Parker), aunque finalmente solo aprendí a tocar la  guitarra, el piano y el bajo. De lo que hice con ellos, es material de otras historias.

Pero en fin, muchas de mis nubes existenciales adolescentes (y otras posteriores) se aclararon  al reconocer mi inevitable condición  Moncada. Lo que explicaba con una claridad absoluta que en mi casa siempre había  el equivalente a música de fondo lo mismo a la hora de cocinar, de comer, de cenar, de hacer la tarea, de leer y de escribir. Del fondo de la sala surgieron  como soundtrack de una película (como un playlist contemporáneo)   boleros, cha-cha-chas,  huarachas,  sones, y swing. Los Moncada eran, para efectos musicales, Cubanos.

jueves, enero 03, 2019

Nací en 1955



1.- Nací en 1955, era Julio, era el tres,  era domingo  y estaba lloviendo. Era la ciudad de México, nací en el ombligo de la Luna. Lo de estaba lloviendo lo supe muchos años después –puede que diez o doce- , cuando una tarde de septiembre, en que llovía a cántaros en el fraccionamiento en que vivíamos, mi mamá me dijo, mientras miraba por la ventana de la sala, este aguacero es igual al del día en que naciste.  Yo miré la lluvia que se descolgaba por la ventana, luego a mi mamá, y no supe qué decir.

Fui el primero de cuatro hermanos,  parece que el quinto nieto de la familia Morales,  el segundo de la familia Moncada. Con el tiempo supe que mi mamá quiso que fuera hombre, y mi papá hombre y atlantista.

El caso era que mi papá era futbolista amateur y  atlantista profesional (por cierto, también era vendedor), lo que dicho sea de paso se tomaba muy en serio (lo del Atlante), por lo que mucho antes de tener uniforme escolar, tuve un uniforme de los azulgranas.
Por su parte, mi mamá, llevaba en el inconsciente colectivo (como todos los Moncada), los boleros en la voz de Lucho Gatica (que con el tiempo cambió por las versiones de José José), el Cha Cha Cha de Jorrin, el Mambo de Pérez Prado, el temperamento amoroso de Olga Guillot, y una resistencia a toda prueba a los estadios de futbol.
   
Cuando nací, en el mundo  habían pasado 10 años de la terminación de la segunda Guerra Mundial, que vio dos ciudades  japonesas -Hiroshima y Nagasaki-, destruidas por sendas bombas atómicas. Las imágenes que vi (porque con el tiempo todos las vimos, y nos aprendimos el nombre de Enola Gay)  marcaron mi concepción de lo que la humanidad era capaz de hacer. Mi infancia y  adolescencia corrieron teniendo como telón de fondo las turbulencias de la Guerra Fría. Crecí, como toda mi generación, bajo  la amenaza siempre omnipresente de la tercera guerra mundial (los alemanes y  los Rusos eran siempre los malos, mientras que los gringos, los salvadores de la humanidad), siendo testigos del incremento del arsenal nuclear entre Norteamericanos y Soviéticos. Sufrimos  los enfrentamientos (reales e imaginarios) entre los miembros de la OTAN y los del Pacto de Varsovia, cuyos líderes  se comportaban como malandrines y matones de pueblo con amenazas (los misiles de Cuba) y enfrentamientos (Viet-Nam) que se desataban a la menor provocación.  


Y bueno,  así era el mundo, mi ciudad y mi familia a los que llegué ese domingo lluvioso de julio de 1955.

martes, enero 01, 2019

INICIAMOS EL 2019


¿Dónde estamos? ¿qué causas hemos defendido? ¿algo hemos aprendido del pasado? ¿nos seguimos tropezando con las mismas piedras? ¿hay algo que deseemos para nuestras vidas en  el tiempo que viene?


¿Entendemos algo más del cosmos, del tiempo, de la vida – la que nos tocó vivir?
Termina un ciclo más; no entendemos bien el tiempo, así que nos hemos inventado ciclos, y les hemos puesto nombres: eones, eras, centurias, décadas, años. Un solsticio más. Un tiempito entre los tiempos, esos, los inmemoriales. Contabilizamos nuestra eterna brevedad (la contabilizamos, somos geniales).  Nos gustan los ciclos. Inventamos los relojes. El Tic tac. Suponemos el tiempo…tic tac… la vida, tic tac tic tac. Ayer, hoy, mañana. Nos encanta el tic tac.

No dejamos de inventar



Somos los inventores de nosotros mismos.
Año tras año, desde que la inventamos, la riqueza se acumula en menos manos, mientras la miseria (que nación junto con la riqueza)  se expande inmisericorde como pandemia.
Inventamos  la riqueza y el poder que genera. Inventamos el trabajo, al patrón, al obrero, la ganancia, la plusvalía.  Este 2019 se cumplen 243 años de la publicación de “La riqueza de la naciones” de Adam Smith, su complemento, “El capital”,  de Carlos Marx, oráculo del socialismo,  cumple 152 años.

Nos inventamos el poder

La lucha por la riqueza e incremento de poder  del establishment no se detiene.  No importa el nombre: Emperadores, Reyes, Monarcas, Presidentes, Sheik, Zar, Primeros Ministros, Ayatolas.
A los hombres, el poder no se nos da.  La historia nadie la cuenta mejor que el buen J.R.R. Tolkien, que supo de Hitler, de Franco, de Mussolini, de Stalin.

No nos hemos cansado de pelear


Se cumplirán  82  años del inicio de la Guerra Civil Española, y hace 44 que terminó la dictadura Franquista, que duró  nada más 30 años (y nosotros nos quejamos de Porfirio Díaz). El “Guernica” de Picasso este año cumplió 81.  Antonio Muñoz Molina, Javier Cercas, José maría Gironella, Javier Marías, Antonio y Juan Goytisolo, Almudena; autores,  que,  entre muchos otros, siguen escribiendo las historias de esa Historia. Quizá no habrá manera de escribirlo todo, de recordarlo todo, de saberlo todo, pero esto poco importa, porque cada memoria, cada recuerdo, cuenta.

No nos cansamos de pelear

Este 2019 se cumplirán 105 del inicio de la Primera Guerra Mundial (con su Verdum y su Somme, las batallas más cruentas de la historia moderna), y 80 del inicio de la 2ª que vio nacer un nuevo modelo de guerra: La fría: enfrentamientos menores y amenazas de dos bandas de malandrines, La OTAN y el Pacto de Varsovia. El Muro de Berlín, el primogénito de la guerra fría, que partió al mundo en dos, duró vigente 29 años. Hará 74 años de Hisoshima y Nagasaki.

No nos cansamos de matar

La Revolución Mexicana (1919-1920)  dejó 3 500 000 de muertos; la Cristiada (1926-1929), 250 000 muertos.
Guerra contra el narcotráfico en México (2006-2017): aproximadamente 234, 000 muertos
En los últimos años en  México,   alrededor de 3000 mujeres, mueren cada año  con violencia.
Pareciera que vivimos en una guerra civil. No hay piedad. Solo furia y miedo.

No nos cansamos de escribir

Miguel de Cervantes y William Shakespeare murieron  hace 403 años. Fueron las primeras grandes plumas que hablaron de la condición  humana: el amor, la  codicia, la ambición, los celos, la traición, la lealtad, el honor. El quijote sigue cabalgando, hay terrores  disfrazados de molinos en cada esquina. Y no pasa una noche sin que  Hamlet busque al traidor  que asesinara  a su padre; sin que Macbeth se bañe en sangre  por la ambición de poder; sin que Romeo se encuentre con Julieta en alguna preparatoria de la ciudad

Hace medio siglo  de la publicación de los   referentes del Boom latinoamericano (Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa y Fuentes) hace 56 años de la publicación de “Rayuela” y 52 de “Cien años de Soledad”, 50 de “Conversación en la Catedral”, y 61   de  “La región más transparente”.    Lezama Lima publicaría  “Paradiso” en 1967, Juan Rulfo, su “Pedro Páramo” en 1955, Alejo Carpentier su “Siglo de las Luces”, en 1962, y  Miguel Ángel Asturias, “El señor presidente “, en  1967.  Tuvimos entre nosotros una  Gabriela Mistral, aunque en vida se llamó también  Lucila Godoy; este 2019 se cumplirán  62 años de su muerte. Su poesía iluminó  el vasto territorio latinoamericano. Ya ha llovido desde última generación literaria capaz de crear un estilo propio de literatura latinoamericana.
Seguimos escuchando la música venida  de un pasado que solo parece distante. Hace 269  años murió  Johan Sebastian Bach,  hace 192 Ludwig van Beethoven,  172 Felix Mendelssohn, y 82 que murió George Gershwin. Bela Bartok muere hace 74 años y Mstislav Rostropovich (y su cello imbatible) murieron hace 12 años. A todos los seguimos escuchando.

Hoy seguimos escuchando, como hace  55 años el primer disco de los Beatles (“Please please me”)  y como hace 49 el último (“Let it be”). Nos quedamos sin Lennon hace 38 años, sin Harrison hace 17. Pero la música del cuartero ahí está flotando en medio de la nube, que es nuestro registro Akáshico. Y sí, hace 52 años que escuchamos a Jim Morrison y sus muchachos.
Nos hemos inventado, este suerte de breve eternidad, por eso aunque no se escuchan los pasos de  Louis Amstrong desde hace 47 años, los de Ella Fitzgerald  hace 23, y  los de  Sinatra hace 21, ellos siguen cantando como siempre. Y aunque Carlos Gardel, murió hace 83 años, los que saben dice que está cantando mejor que nunca.

Hace rato que se fueron quienes me sembraron.
Mis abuelos Eugenio y Juan Benjamín hace más de 60. María Elena, mi abuela paterna hace 34.Mi Madre Consuelo, hace 32. Mi abuela Tima, hace 31. Adolfo Morales Spínola, hace 28.
Según mis cuentas  a los 15   escribí mi primer poema (pero pude escribirlo  las 14 o los 13; la verdad, no lo recuerdo. Hace 19 años que publiqué mi primer libro, y hace 34 que escribí mi primer artículo para  “El Mexicano” y en   el 2018 publiqué un  libro más, “Tierrabajo”.

La vida es breve

Sé que la vida es corta;  que no hay tiempo;  que nada hacemos solos, que poco – si es que hay algo – que concluimos en esta vida; que lo que hacemos, de una forma u otra, continua la obra de alguien, y que será otro quien continúe la nuestra. Me han dicho que las batallas no se ganan, se heredan.
Sé que soy bendecido por el amor y que la generosidad de los dioses es inagotable (sé que nos dieron el olvido y la esperanza), pero que el mañana siempre será un misterio.

En el 2018 me hice de cinco plumas más.
Este 2019 habrá más palabras (¿y por qué no?) más plumas.
Ellas  seguirán  goteando.