De tiempo en tiempo recuerdo el tiempo en que escribir era
sacar la máquina portátil, la Olivetti azul, ponerla sobre la mesa del comedor,
ponerles las hojas sándwich (con el papel carbón en medio), ajustarles
horizonte, la línea media. Luego teclear con esa mezcla entre firmeza y pausa, cuidando el error (recuerdo la monserga de corregir los errores, corrector de
por medio en ambas hojas). Recuerdo. El
caso es que, - quién lo dijera - Aún tengo artículos de esos ayeres. La verdad es que tengo artículos de
casi todos los ayeres- Tiempo. No recuerdo donde quedó la Olivetti, y trato– créame,
hago el esfuerzo - de recordar al hombre
que la usaba.
Cotidianidad.
Escucho en el portal
Spotify el Cello bajo el dominio absoluto y esa misteriosa sensibilidad (el arte
siempre será un misterio) de Pablo
Casals. Casals. Mucho antes que Yo Yo
Ma, antes que Rostropóvich, antes que Sara Sant Ambrogio. Todos después de Bach.
Esta es mi Cotidianidad. Computadora, lap top, (a veces discos
compactos), los portales de la red con música inimaginable. De la vieja radio de transistores a la omnipotente (omnipresente) red.
Este es el tiempo que me tocó vivir. Quizá debiera decir que
estos fueron los tiempos en que me tocó vivir.
Nací en 1955, en julio, en domingo, a las 10 de la mañana.
Tengo (claro) 62 años y el reloj sigue (tic tac) corriendo. Aunque ahora, el tic tac es la válvula –
metrónomo aórtica que llevo conmigo a donde quiera que vaya y que marca el
tempo de mi vida. A estas alturas se han
acumulado en un servidor una buena cantidad (y calidad) de gustos,
peculiaridades, obsesiones, delirios, querencias. La música, la literatura, la
Historia. Los hombres y los pueblos somos entes históricos, nuestra memoria, para nuestro bien y nuestro mal, va con nosotros, vive con
nosotros, es nosotros, y quizás, no quizás,
es un hecho, nos sobrevive.
Hoy hago radio una noche por semana ( en este tiempo , los
martes por la noche) y me recuerdo a los 4, 5, 6, 7 años escuchando un programa de radio matutino que
transmitía la XEW en la ciudad de México.
Yo tenía seis años, asistía a la primaria a unas escasas
cuadras del Parque de Beis Bol del Seguro Social. Ahí jugaban Los Diablos y Los
Tigres. Eran aquel entonces, como
ahora el Barza y el Madrid, el
Bocca y el River, el Millan y la Juve. Batallas campales.
Hoy de tiempo en tiempo miro por la televisión el estadio de
ciudad universitaria, y me recuerdo en medio de sus gradas, me miro en él, me
siento él. Tengo nueve, diez, once años y mi papá me lleva a los juegos donde el
Atlante (¡ Ah por que mi papá el Atlante y Horacio Cazarín y luego el Manolete
Hernández, y Rafael “el wama ” Puente); y luego unos cuántos años después al Gigante
de Sta. Úrsula: el “ Estadio Azteca”. Hoy,
50 años después, basta una
imagen, el pase de Xavi a Iniesta, la pelota en los pies de Messi, para detonar
el recuerdo de las tardes de futbol con mi papá y sus “potros de hierro” del
atlante.
Somos nuestra historia. De ello no me cabe duda. Como
también somos nuestra decisiones de cambio, nuestras revoluciones internas o
personales, nuestro ejercicio de la libertad, nuestra imaginación.
Esta manía por la historia, por el recuerdo, desemboca irremediable de tiempo en tiempo en
alguna nostalgia, sin embargo es una realidad que estas imágenes, estas voces
de ayer, en particular en los momentos difíciles me han ayudado a recuperar o redefinir el
sentido de vida de este hombre que ahora soy.
Claro que hay nostalgias para todo. A esta edad, hay mucho
que rememorar. Rememoramos lo que recordamos, lo que sabemos está ahí, en el
baúl de las historias recordadas y las olvidadas (porque ero no faltan
sorprendentes asaltos a la razón cuando aparecen, de quién sabe dónde,
recuerdos perdidos, historias que creíamos olvidadas, nombres, lugares, rostros
que no tenemos la menor idea de dónde estaban y que nos regresan fragmentos,
capítulos enteros de nuestra historia). Rearmamos el rompecabezas. Nos
rearmamos a nosotros mismos.
Reaparecen entonces, viejos amigos, noches que se despliegan
ante nuestros ojos recordándonos su existencia, canciones que musicalizaron
nuestros primeros amores (y los segundos , los
terceros, los cuartos), libros que despertaron nuestra primera
imaginación, nuestra conciencia o nuestra indignación.
Me doy cuenta, entonces, que en realidad no hay olvido. Hay
cosas mal acomodadas. Recuerdos que no sabíamos dónde los habíamos puesto, pero
cualquier día, cualquier tarde, como suele ser en nuestra cotidianidad,
buscando otra cosa, es que aparecen. Es entonces cuando nos asaltan 20, 30, 50
años de nuestra historia para decirnos: aquí estoy. No me iré.
Es entonces que miramos las cosas desde cierta distancia, y
la vida (esa crónica del aburdo), ese discurrir de horas y horas, parece cobrar
sentido, aparece cierto orden. Algo entendemos.
Algo.
Entiendo por qué no me saben igual los Bisquets de ahora,
que los compraba en el café de Chinos de
Álvaro Obregón saliendo del trabajo en el hospital para que mi mamá los comiera mientras veía sus novelas; por qué
tiene su encanto el LP sobre Spotify; por qué el Atlante a las 12 de domingo en el
Azteca; por qué la barbacoa de borrego en casa de la abuela Elena; por qué el
mar de Veracruz a las 9 de la noche caminando sobre el malecón y el café de La
Parroquia no son sustituidos por el mar de Ensenada; por que la Olivetti tiene
ese ascendente sobre esta lap top.
Algo no entiendo.
No entiendo los feminicidios; la masacre ecológica; la depredación de la
esperanza; la creciente soledad humana;
el cinismo de la clase política;
la carencia del amor; la actual
pobreza del espíritu humano; el exceso de ruido; porque no dejamos de matarnos;
la prisa por llegar a ningún lado; el
desprecio por la felicidad; esta premura por morirnos en vida.
Pero, qué quieren, yo
tengo 62 años, soy muy joven para entender estas cosas; o demasiado
viejo para acomodarme al cinismo.
Viene más vida por delante, el tiempo que viene será (como
siempre) un bello misterio tan indescifrable como absurdo. Un misterio que
seguramente nunca resolveré porque estoy muy ocupado abrazando a los amores que la vida me dio, leyendo (o
releyendo los mismos libros), escribiendo –algo Banal, como esto-, tomando un
café con algún amigo o mirando jugar al Barza de Messi.
1 comentario:
Querido Adolfo, dices que somos nuestra historia e inmediatamente recuerdo una cita de Rilke "la verdadera patria del hombre es su infancia"... ¡Bellos tus recuerdos! Un abrazo. Carmen
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