lunes, julio 03, 2017

62.0

De tiempo en tiempo recuerdo el tiempo en que escribir era sacar la máquina portátil, la Olivetti azul, ponerla sobre la mesa del comedor, ponerles las hojas sándwich (con el papel carbón en medio), ajustarles horizonte, la línea media. Luego teclear con esa mezcla entre firmeza y pausa,  cuidando el error (recuerdo la  monserga de corregir los errores, corrector de por medio  en ambas hojas). Recuerdo. El caso es que, - quién lo dijera - Aún tengo artículos de esos  ayeres. La verdad es que tengo artículos de casi todos los ayeres- Tiempo. No recuerdo donde quedó la Olivetti, y trato– créame, hago el esfuerzo -  de recordar al hombre que la usaba.
Cotidianidad.
Escucho en el portal  Spotify  el Cello  bajo el dominio absoluto  y esa misteriosa sensibilidad (el arte siempre será un misterio) de  Pablo Casals. Casals. Mucho antes  que Yo Yo Ma, antes que Rostropóvich, antes que Sara Sant Ambrogio. Todos  después de Bach.
Esta es mi Cotidianidad. Computadora, lap top, (a veces discos compactos), los portales de la red con música inimaginable. De la vieja radio  de transistores a la omnipotente  (omnipresente) red.
Este es el tiempo que me tocó vivir. Quizá debiera decir que estos fueron los tiempos en que me tocó vivir.
Nací en 1955, en julio, en domingo, a las 10 de la mañana. Tengo (claro) 62 años y el reloj sigue (tic tac) corriendo.  Aunque ahora, el tic tac es la válvula – metrónomo aórtica que llevo conmigo a donde quiera que vaya y que marca el tempo de mi vida. A estas alturas  se han acumulado en un servidor una buena cantidad (y calidad) de gustos, peculiaridades, obsesiones, delirios, querencias. La música, la literatura, la Historia. Los hombres y los pueblos somos entes históricos,  nuestra memoria, para nuestro bien y  nuestro mal, va con nosotros, vive con nosotros, es nosotros, y quizás, no quizás,  es un hecho,  nos sobrevive.
Hoy hago radio una noche por semana ( en este tiempo , los martes por la noche) y me recuerdo a los 4, 5, 6, 7 años  escuchando un programa de radio matutino que transmitía la XEW en la ciudad de México.
Yo tenía seis años, asistía a la primaria a unas escasas cuadras del Parque de Beis Bol del Seguro Social. Ahí jugaban Los Diablos y Los Tigres. Eran  aquel entonces,  como  ahora  el Barza y el Madrid, el Bocca y el River, el Millan y la Juve. Batallas campales.

Hoy de tiempo en tiempo miro por la televisión el estadio de ciudad universitaria, y me recuerdo en medio de sus gradas, me miro en él, me siento  él. Tengo nueve, diez, once  años y mi papá me lleva a los juegos donde el Atlante (¡ Ah por que mi papá el Atlante y Horacio Cazarín y luego el Manolete Hernández, y Rafael “el wama ” Puente); y luego unos cuántos años después al Gigante de Sta. Úrsula: el “ Estadio Azteca”. Hoy,  50 años después,  basta una imagen, el pase de Xavi a Iniesta, la pelota en los pies de Messi, para detonar el recuerdo de las tardes de futbol con mi papá y sus “potros de hierro” del atlante.

Somos nuestra historia. De ello no me cabe duda. Como también somos nuestra decisiones de cambio, nuestras revoluciones internas o personales, nuestro ejercicio de la libertad, nuestra imaginación.
Esta manía por la historia, por el recuerdo,  desemboca irremediable de tiempo en tiempo en alguna nostalgia, sin embargo es una realidad que estas imágenes, estas voces de ayer, en particular en los momentos difíciles  me han ayudado a recuperar o redefinir el sentido de vida  de  este hombre que ahora soy.
Claro que hay nostalgias para todo. A esta edad, hay mucho que rememorar. Rememoramos lo que recordamos, lo que sabemos está ahí, en el baúl de las historias recordadas y las olvidadas (porque ero no faltan sorprendentes asaltos a la razón cuando aparecen, de quién sabe dónde, recuerdos perdidos, historias que creíamos olvidadas, nombres, lugares, rostros que no tenemos la menor idea de dónde estaban y que nos regresan fragmentos, capítulos enteros de nuestra historia). Rearmamos el rompecabezas. Nos rearmamos a nosotros mismos.
Reaparecen entonces, viejos amigos, noches que se despliegan ante nuestros ojos recordándonos su existencia, canciones que musicalizaron nuestros primeros amores (y los segundos , los  terceros, los  cuartos),   libros que despertaron nuestra primera imaginación, nuestra conciencia o nuestra indignación.
Me doy cuenta, entonces, que en realidad no hay olvido. Hay cosas mal acomodadas. Recuerdos que no sabíamos dónde los habíamos puesto, pero cualquier día, cualquier tarde, como suele ser en nuestra cotidianidad, buscando otra cosa, es que aparecen. Es entonces cuando nos asaltan 20, 30, 50 años de nuestra historia para decirnos: aquí estoy. No me iré.
Es entonces que miramos las cosas desde cierta distancia, y la vida (esa crónica del aburdo), ese discurrir de horas y horas, parece cobrar sentido, aparece cierto orden. Algo entendemos.
Algo.
Entiendo por qué no me saben igual los Bisquets de ahora, que los compraba  en el café de Chinos de Álvaro Obregón saliendo del trabajo en el hospital para que mi mamá los  comiera mientras veía sus novelas; por qué tiene su encanto el LP sobre  Spotify;  por qué el Atlante a las 12 de domingo en el Azteca; por qué la barbacoa de borrego en casa de la abuela Elena; por qué el mar de Veracruz a las 9 de la noche caminando sobre el malecón y el café de La Parroquia no son sustituidos por el mar de Ensenada; por que la Olivetti tiene ese ascendente sobre esta lap top.

Algo no  entiendo.

No entiendo los feminicidios;  la masacre ecológica; la depredación de la esperanza; la creciente soledad humana;  el cinismo de la clase política;  la carencia  del amor; la actual pobreza del espíritu humano; el exceso de ruido; porque no dejamos de matarnos; la prisa por llegar a ningún lado;  el desprecio por la felicidad; esta premura por morirnos en vida.     

Pero, qué quieren, yo  tengo 62 años, soy muy joven para entender estas cosas; o demasiado viejo para acomodarme al cinismo.

Viene más vida por delante, el tiempo que viene será (como siempre) un bello misterio tan indescifrable como absurdo. Un misterio que seguramente nunca resolveré porque estoy muy ocupado abrazando a los  amores que la vida me dio, leyendo (o releyendo los mismos libros), escribiendo –algo Banal, como esto-, tomando un café con algún amigo o mirando jugar al Barza de Messi.

1 comentario:

Unknown dijo...

Querido Adolfo, dices que somos nuestra historia e inmediatamente recuerdo una cita de Rilke "la verdadera patria del hombre es su infancia"... ¡Bellos tus recuerdos! Un abrazo. Carmen