domingo, marzo 22, 2020

SPINOLA



He vuelto a ser mi padre.

Cocinar seguramente es un rasgo Spínola. Un rasgo que además es un gusto que asumen casi como una vocación.

La primera que recuerdo  de la dinastía Spínola es mi abuela Elena. Las comidas en su casa eran cosa seria, al menos en términos del menú. Nacida en la península de Yucatán, y luego ciudadana por años de Veracruz (“Solo Veracruz es bello” aclara las posibles dudas un letrero en una de  las entradas de la ciudad), cuando la visitábamos los domingos servía a la mesa con aquella tranquilidad lo mismo Cochinita Pibil, Camarones al Mojo de ajo, Huachinango entero, Pulpos en su tinta, que sopa de  Migas. Había cierto desdén por las sopas simples de pasta, y los chilaquiles. Su mejor arroz era la versión de Moros y Cristianos (frijol negro sobre una cama de arroz blanco). Mi abuela Elena, además, era una espléndida bebedora de café veracruzano.

Sus hijos eran Morales Spínola , y la herencia culinaria venía en el apellido (y en el adn ) materno.
Mi tía Elena, hermana menor de mi padre (además de la abuela Elena, tengo una tía Elena y tres sobrinas con el mismo nombre), además de los guisos heredaros de su madre, incluyó versiones memorables de Bacalao, Paella, y más sensible a su vida citadina, creó  los mejores Chilaquiles Verdes de la capital mexicana.

Mi papá, Adolfo (tengo dos primos con el mismo nombre) sin ser un hombre dedicado a la cocina (sus vocaciones eran la  administración, el dominó, la lectura  y el Atlante) a la hora de cocinar  no cantaba malas rancheras. El caso es que solo visitaba la cocina  los domingos y no todos (su presencia siempre dependía del final de sábado). Su menú, a diferencia del de  su hermana tendía a ser breve pero de calidad: Migas, Hotcakes, Wafles (se compró un waflera y cansó se hacer harina por meses), chilaquiles y café (por supuesto de Veracruz).

En fin, hijo de Morales Spínola, soy mucho más Spínola que Morales. No se me dieron, ni la administración ni el Atlante (aunque reconozco un aroma  atlantista, en mi gusto por el Barza; y algo de la herencia del buen Morales Spínola en mis tiempos de jugador de dominó con mis amigos en el Black Bull de nuestra amiga Shasha la 8ª). Y  si mi condición de escritor y músico se la debo a los Moncada, el gusto por la lectura es completita del bueno Morales Spínola. Él me acercó a los autores rusos y los franceses del siglo XIX. Fue mi padre quien puso en mis manos los cuentos de Chejov y mi primer libro de Dumás (Los Tres Mosqueteros). Y para mi gusto, tengo en mi  adn, una parte gozosa  de la herencia de mi familia paterna: la cocina.

Lo mío han sido versiones  barrocas de Chilaquiles, rojos, y con mole (con pollo, con Champiñones y con lo que se pueda) ; diversos tipos de  sopes (barrocos también), algunos postres, una buena mano para el café (veracruzano), y claro los Hotcakes.

Hoy, como muchos domingos, saqué a relucir mi herencia familiar.  Domingo  de Hotcakes.
Hoy, durante poco más de una hora fui un poco, quizá un mucho, mi padre y mi abuela y mi tía, y otros Spínola cuyas vidas – y platillos se pierden en el tiempo. Todo, mientras preparaba la harina, calentaba  el sartén y recordaba el aroma que unía los incontables tiempos.

1 comentario:

Cronopio Soñador dijo...

Como no, en aquellas noches de taberna de calle ocho, con Sacha y el Licenciado, nuestras correrias de juventud y aquellas noches inertminables de Domino,
Gracias

saludos