domingo, septiembre 18, 2005

SABADO 17

Sábado 17. Mi amiga tiene razón. Reclama airadamente ( está algo enojada) por mi tardanza en contestar sus correos electrónicos. Tiene razón cuando me dice que debiera aprovechar este medio para saber de nuestras vidas, para desahogar el flujo cotidiano, para saber que allá , en aquella ciudad, hay alguien que conozco y sé de él , de ella en su caso. Tiene razón cuando me dice, sin decirlo, que uno no puede estar tan ocupado como para no enviarle unas letras, un mensaje breve, a una amiga que espera noticias de uno.

Claro que cuando leo su correo ( no el primero , sino el segundo , donde “me recuerda”, que no le he contestado ), reconozco la validez de sus reclamos y argumentos. Tiene razón, el silencio ( particularmente cuando hay quién espera una respuesta ) no solo es incómodo, es tan oscuro, que es difícil saber lo que hay ahí. Entendí lo que le pasaba a mi amiga. El silencio puede ser, está ocupado, no tiene tiempo para mi, no le interesa contestarme, se ha olvidado de mi correo, tiene mil cosas que hace se le descompuso su computadora, ya no tiene Internet, , ya contestará ( pero la contestación no llega ), nuestra amistad ha dejado de ser importante , en fin , la lista de interpretaciones puede seguir. Y claro, uno puede dejar que una amiga suponga cosas, no solo dolorosas, sino falsas.
No se si a usted le sucede, pero yo acepto que con alguna facilidad me pierdo en la vorágine cotidiana ( llevar a los niños a la escuela , el trabajo , el tráfico, las cuentas, la prisa, el llegar a tiempo, y luego, el cansancio, el sueño )y al hacerlo, sufro un exceso de contacto con el mundo, en detrimento del contacto con migo mismo. Y al dejar de tocarme a mi, de sentirme, saberme, escucharme, pensarme, recordarme, se me van de las manos, de los ojos, de la piel, del recuerdo las cosas que me son importantes, relevantes. Al olvidarme de mí, al caer yo mismo en el silencio, se silencia aquello que habita en mí.
No crea que esta pérdida de contacto con uno mismo se limita a dejar de revisar el correo electrónico y dejar para otro momento ( siempre un verdadero misterio) contestarlos. La cosa ( así lo dice Mario Benedetti en un poema, que Martín Santomé le escribe a Laura Avellaneda ), es mucho mas grave, cuando uno se aleja de sí mismo pasan o mejor dicho , dejan de pasar mas cosas. Yo dejo pasar un tiempo incalculable sin escuchar música que disfruto verdaderamente ( adagios de Mahler , sonatas de Beethoven, el cello de Yo Yo Ma, ), pasan días sin leer a Sabines, a Benedetti, a Neruda ; dejo de escribir, olvido hace cuanto tiempo le llame a alguno de mis amigos solo para saber cómo estaba, o cuanto tiempo ha pasado desde la última vez en que me tomé sin prisa una taza de café, dejo de recordar, memoria. Lo verdaderamente grave del asunto, es que estas aparentemente pequeñeces de la vida ( de mi vida ) le dan un cierto sabor, un aroma, una textura, un color, una sensación muy cercana a la felicidad ( la felicidad tiene tantos rostros ). Sin estos breves momentos ( que es decir, sin Mahler, sin Neruda, sin llamar a los amigos, sin contestarle pronto sus correos, sin recuerdos, sin un café bien calibrado ) hay algo de mí que está ausente. Sin eso, me da terror siquiera suponer en que me convierto. Pero seguramente, en ese alguien a quien mi amiga, con razón, le reclama su distancia y su silencio. Le digo, creo que entendí lo que le sucede a mi amiga. Por lo demás, le agradezco a ella la sacudida, el regaño mas que merecido. Hace falta que cuando uno se va de sí mismo, alguien te llame y te traiga de vuelta. Vuelvas a ti, a sentirte, escucharte, saberte. Volver a ti, habitar en ti, y con ello, volver a las cosa que te son queridas.
p.d. Claro que a mi amiga, ya le contesté.

1 comentario:

Sharon dijo...

Muy bien Adolfo, y muchas veces no solo se olvida al que esta lejos, sino que nos olvidamos del amigo que esta frente a nosotros, no? Un Beso.