Por aquello del día de los abuelos:
Mi abuela Tina , se caso ( muy, muy, pero
muy ) joven con un trompetista, - Juan Benjamín- , que trasnochaba con precisión
reglamentaria de jueves a domingo, formando parte de la sección de vientos de
algunas orquestas de la época (Luis Alcarás, Gonzalo Garrido, entre otras). Mi
abuela Tina - seguro que mi abuelo le decía Tinita- (insisto en que era muy,
pero muy joven) no tuvo mayor defensa contra notas tristes y azules que rodeaban
a mi abuelo Juan Benjamín, cuando tomaba su trompeta e interpretaba las canciones
de moda en la sala del departamento donde vivían.
Durante años la casa de Tinita era azul, y
su cuerpo no era sino un pentagrama tibio donde se acomodaban dulcemente
negras, blancas, corcheas, pizzicatos en intensidades que iban del pianísimo al
forte, llevados mucha intensidad y poco
respiro.
Sin embargo al paso del tiempo, las notas
tristes y azules, terminaron por espaciarse, había respiros innecesarios ,
pausas (pocas notas y muchos silencios ) porque mi abuelo viajaba con
frecuencia acumulativa con diferentes
orquestas a los Estados Unidos y su ausencia llenaba la casa de un silencio que
no interrumpían ni los muebles, ni las ventanas, ni las risas de los hijos.
Juan Benjamín, iba y venia, rodeado siempre
por las notas tristes y azules, salpicando la casa y la piel de la abuela
Tinita que terminaba noche a noche recuperando a su cuerpo- pentagrama , hasta
que un día, una noche habrá que decir, cansado de ir y venir, dejo de venir, y
las notas azules dejaron de pintar el cuerpo de Tinita.
Muchas, pero muchas noches después, cuando
su cuerpo no era sino sólo el cuerpo de una mujer, sentada en la sala de casa
de su hija, escuchó a su nieto tocar el
piano. Cambio de lugar para verle los ojos. Tienes los ojos tristes, le dijo,
mientras y tocas cosas muy lindas, le dijo mientras miraba al infinito que se
colaba por la ventana de la sala. El nieto, que no hacia sino acariciar el
teclado sorprendido de las notas azules que despedía, siguió tocando para la
abuela, esa y muchas otras tardes que
ella llegaba a hilvanar las notas azules que desprendía el piano y ponérselas en
el cuerpo, hasta enhebrar recuerdos y nostalgias.
Muchas, muchas noches después, el nieto
escuchó en una conversación entre tías aquello de los ojos tristes. Ahí se
entero que “ojos tristes” era el nombre que tinita le dio a Juan Benjamín, cuando se enamoró de él.
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