El paso de una mujer por nuestra vida es
devastador. Es un sueño intangible hecho de piel, de nube, de fuego, de lluvia,
de viento y mareas siempre impredecibles. Arriban a nuestras horas,
incontenibles la imaginación, la ansiedad y el deseo. Ella, sin embargo, es bruma, aliento y nostalgia inasibles. Nunca se
puede (nunca pude) poseerla. Suponer
asirla es una distorsión de la realidad, un acto de imaginación, tan ilusorio
como fútil. Siempre tarde lo sabemos. Por ello, en medio de la inmensidad de la
noche, solos, cobijados por nuestro silencio, en un intento final (descabellado,
también lo sabemos) de cercarlas, esgrimimos lo único que es verdaderamente
nuestro, las palabras.