viernes, abril 21, 2017

GEA

La Tierra (Terra Diosa romana o  Gea, diosa griega de la feminidad y la fecundidad) es un planeta. El tercero de un sistema solar que gira alrededor de su única estrella — Ra, para los egipcios, Tonatiuh, para los aztecas, el Sol, para nosotros  — ; un sistema   entre los millones que forman la vía láctea: nuestra galaxia, que es también una entre millones de galaxias que deambulan impasibles por el universo. Ese sí, hasta donde sabemos, solo uno. Aunque hay que aclarar que cuando decimos “lo que  sabemos es… “vaya hace solo quinientos años, sosteníamos como una verdad imbatible, que esta tierra era plana, y el centro de un  universo que alegre giraba a nuestro alrededor. Lo que muestra que esto de construir verdades imbatibles, no se nos da.
Nuestro Tlaltipac (así le decían los aztecas, a esta tierra donde nada es eterno) vista desde lejos, no es sino una arenita azul, que da vueltas sobre sí misma, como una canica que rueda indiferente a quien una vez jugó con ella.
La Tierra se formó hace aproximadamente 4,550 millones de años y la vida surgió unos mil millones de años después. Es el hogar de millones de especies, incluyéndonos  (los Hommo sapiens que tenemos, dicho sea de paso, poco menos de 300 000 años de deambular por  Gea. Así que es cierto, fuimos los últimos en aparecer, al menos, hasta ahora). Hay que aclarar que muchas especies ya no nos acompañan, como los Dinosaurios, los Tigres dientes de sable y los pájaros Dodo (“Dios los tenga en su santa gloria”, diría mi abuela Elena). Quien esto escribe es un Homo sapiens, única  especie conocida sobreviviente del género, después de la desaparición de muchos otros Homo, entre ellos nuestros queridos los primos, los  Homo Neanderthales - con quienes, la verdad, no nos  llevábamos mucho-   a quienes nos vemos desde hace más o menos 28 000 años.
Gea es nuestra casa, una casa viajera en medio de una noche silente, creciente, incalculable. Una noche ajena al tiempo, a sus breves luces, a sus inasibles oscuridades.  Un océano negro que poco - si es que algo- sabe de  las infinitas arenitas, que lo recorren:   oscuras, luminosas, frías, ardientes, de colores, como la nuestra, que desde lejos se mira azul.
Nuestra tierra, aquí abajo,  está llena de misterios y apariencias. Nos parece plana, pero no lo és. Parece quieta, pero se mueve – todo en ella, se mueve-. Parece una tierra inmensa, pero casi toda es agua. Los colores del cielo –salvo  el de la noche- siempre son engañosos.  Nada en ella es  lo que parece.
Gea, nuestra arenita azul  gira, gira, porque  el principio fue el movimiento y el movimiento es el lenguaje común de la vida, tanto  en los  rincones cuánticos como  en los rincones  impalpables del macro cosmos. Nosotros mismos, como el aire, el agua, el fuego, desde que somos tocados por la vida, no hacemos otra cosa, sino movernos
Nuestra interacción con Gea es extraña. La verdad, ha vivido lo suficientemente  sin los Homos (sin dinosaurios, ni pájaros dodo), para saber que no necesita de nosotros. Aunque lo cierto es que quizá nosotros no sobrevivamos sin ella.
Lo cierto (no diré: lo único cierto, ya sabemos que esto de nuestras verdades únicas) es  que Viajamos, gea  y nosotros, sumergidos en la misma noche,  siguiendo la ruta invisible que el universo para nosotros, ha trazado.




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