Una Luna
Ahí estás. La fotografía es tan añeja, como inequívoca, me
sostienes con tus brazos y tu terca esperanza. Me miras y tus ojos acarician al
escaso niño que soy, y al certero hombre que tu corazón sabe, seré.
Dos lunas
Ahí estás. Estoy sobre una cama, me ilumina la luz que se
cuela por la ventana que tiene unas cortinas
trasparentes. Parece que es de tarde, quizá las cinco o las seis. Me has
envuelto en una manta breve como envolvías a tus muñecos, cuando eras niña, y
jugabas en los pasillos oscuros del
viejo edificio, ese que tenía un parque enfrente, y una tortería en el primer
piso, donde vivías con la vuela tina y el abuelo trompetista.
Tres Lunas
Ahí estás, al paso de los años, en un departamento que no
tiene un parquecito por ningún costado, y su única ventana da a una zotehuela
por donde se miran las paredes restantes del edificio, y allá arriba, muy
arriba, parece, se alcanza a mirar el azul del cielo de día, y muy de vez en
cuando, el paso de la luna. Ahí estás cada mañana, preparando un chocolate que
anuncia “Cachirulo”, mientras escuchamos las canciones de niños en la radio
tempranera, y tú me inventas estudiante prodigio de una jardín de niños al voy asido a tu mano, y tu alegre esperanza.
Cuatro Lunas
Ahí estás, en la casa de Jacarandas, la única que fue tuya,
porque papá Spínola, puso en tus manos, las 120 letras que decían, esta casa
nadie te la puede quitar. Ahí estás abriendo las ventanas y cortinas por las mañanas,
sacudiendo de las sábanas los sueños que
se quedaron pegados, mientras entra al cuarto de tus hijos la luz, el calor y
el olor del jardín donde sembraste un durazno, en tanto yo estoy en la primaria
que tenía nombre de prócer, aprendiendo los misterios insondables de la vida.
Cinco Lunas
Ahí estás, sembrando flores y plantas en el jardín, macetas
en la cochera, en la entrada de la
casa, colgadas en la sala, en la cocina,
a la mitad de la escalera, en balcón del segundo piso. Hiciste de la casa un
bosque habitado por nosotros, que éramos príncipes, princesas y duendes; y por
monstruos temibles que atacaba el jardín, como aquel San Bernardo que tú
mirabas inconcebible, que se tropezaba con cada macetas mientras perseguía a tu
hijo pequeño por los pasadizos de la casa.
Ahí estás, abrazada por la música que seguía tus pasos. La
casa se llenaba de boleros que contaban historias de amores plenos, de pasiones
encendidas, de terribles a irremediables desconsuelos, de besos furtivos e
inesperados, de delirios finalmente consumados. Entonces Los Tres Ases, Los
Montejo, Marco Antonio, y entonces,
porque entonces…”Tanto tiempo disfrutamos de este amor…”, o “La puerta se cerró detrás de ti y nunca más
volviste a aparecer…”o “Dicen que la
distancia es el olvido….” o danzones con sabor a malecón veracruzano, canciones bailar en un
tabique, o “Las clases del cha cha cha”
que Enrique Jorrín cantaba desde el
fondo de la sala y que incontenibles inundaban la cocina donde preparabas las
gorditas de dulce de tarde en tarde.
Siete Lunas
Ahí estás, desentrañando el fondo de nuestras almas,
desafiando la oscuridad con el pabilo encendido de tu amor sin tregua. Ahí
estás para atraparnos al menor descuido con el aroma del café con leche, de los
frijoles refritos con huevo, del pastel de natas, de las empanadas con
mermelada de fresa, de las donas azucaradas, tortillas duras de maíz que
preparabas para la cena, pero que se iban acabando según salían del sartén, frente a tu queja tan
airada como inútil.
Ocho Lunas
Ahí estás, moldeando el cuerpito con el que nacimos de
vientre y de tus manos, hablándonos en silencio, que la ternura, que la
paciencia, que el amor, que la música, que el cuidado, que el tiempo, que la
terca esperanza, que la vida.
Nueve Lunas
Aquí estás ahora. Cuando ya hace tanto tiempo que no estás.
Que papá Spínola no está. Que la casa que hiciste jardín ya no está. Cuando
hace tanto tiempo que no como tortillas de maíz, ni pastel de natas.
Aquí estás Consuelo, y estás hablándole en sus sueños a mi
hermana Lulú, y estás en la casa de
Paul, vigilando el crecimiento de tus nietos; y ahí estás mirando de cerca,
protegiendo, tanto como puedes, a Martín el menor de tus hijos y a sus hijos. Y
aquí estás, mirándome desde la
fotografía que está junto al piano de mi casa, donde yo estoy a tu lado
mientras abrazas a la abuela Tina. Aquí estás, en la
bendición que es cada mañana, en la
familia que Dios me dio, en cada bolero,
en cada chachacha, y en esta terca esperanza, en este amor sin tregua, que
desde que, desde que me los sembraste, no me abandonan.
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