jueves, febrero 07, 2019

EL COLECTIVO



9.- Tuve dos  hermanos (un administrador y atlantista,  y un vendedor inmune al futbol y al chachacha) y una hermana (educadora de jardín de niños, que luego directora y supervisora al servicio del SNTE). Fueron ocho mis tíos en total. Cuatro  paternos, cuatro  maternos. Quince primos maternos y veintiún paternos. Dos abuelos maternos: Juan  (el trompetista) y Tinita, y dos paternos:  la abuela Elena (y bueno, del abuelo paterno desterrado de la memoria familiar, ni su sombra).
Lo que sigue es la larga y divertida historia de un colectivo integrado por tíos, primos, abuelas, hermanos, padres, compadres y comadres. El colectivo, viajaba a Veracruz a las vacaciones de verano; a Puebla a la visita anual “reglamentaria” al Cristo Negro en marzo o abril – un Cristo negro que a mis primos y a mí, siempre nos daba terror-; a Xochimilco algún domingo a comer Barbacoa y carnitas en trajinera,  a Cuernavaca en la primavera (con desayuno de quesadillas y champurrado en Tres Marías), a Xalapa a visitar al padrino Gustavo y su esposa Alicia,  a Tepotzotlán a comer mole en enchiladas.

Claro que el número de los miembros del colectivo variaba, así que lo mismo éramos  15 en una comida de fin de semana,  que más de 30 en un cumpleaños, o en la cena de navidad en casa de las abuelas Tina o Nena, o en la noche de año nuevo (se entenderá que la comida o cena era por tandas, básicamente por estaturas).

Claro que el colectivo tenía una claro liderazgo de las abuelas que cuidaron por décadas – y hasta donde fue humanamente posible- las buenas relaciones entre hijos y nietos, procurando que su comida fuera insuperable.

El estilo general del colectivo tenía dos elementos  era festivo y abigarrado; lo festivo era una  herencia natural del ADN  Moncada, todos amantes del Cha Cha cha, la Huaracha, el Son y el  Danzón; y lo abigarrado venía de la voluntad de la vuela Elena (Nena) de que sus hijos y nietos la rodearan permanentemente, donde ella estaba, tenían que estar todos. De hecho, “invitaba” a sus hijos – solo ellos- a visitarla todos los martes, donde, les servía Huachinango al mojo de ajo mientras les pedía cuentas de la vida. Así que a la menor provocación, el colectivo  reunía a miembros Morales y Moncada, para celebrar lo que fuera, donde fuera.

Yo era el sexto nieto de los Morales, y el segundo de los Moncada. Nada espectacular. Pero tenía algo que me distinguía: para mi abuela Tina, era el único nieto músico, heredero de los “ojos tristes” de mi abuelo Juan Benjamín (el trompetista); mientras que para mi abuela Nena, yo era a veces, algo así como un extraterrestre que se había colado entre los humanos, y a veces el único nieto que podría escribir la historia de su familia (entendamos, el colectivo). También para mis primos yo era un tipo raro, un tanto solitario e introvertido,  que era Scout (así que con frecuencia salía de campamento), que era, además, poco afecto a discotecas o bares, y se la pasaba leyendo y escribiendo (lo que a mi familia Morales le resultaba, cuando menos sospechoso, mientras que a mis tíos Moncada, les parecía de lo más normal).

Pero, aunque mis primos y tíos quizá no lo supieron bien, yo me la pasaba de maravilla en el colectivo: lo mismo en Veracruz paseando por el malecón o comiendo nieve de Guanábana en el parque del centro, o tomando café en La Parroquia, o paseando en los tranvías;  que durante el  camino a Puebla a la visita del Cristo negro ( y comiendo chalupas de mole en el mercado ), o cuando visitábamos a la vuela Tina, en la época en que vivió con su hermana, la tía Ruth, o cuando jugaba coladeritas con mis primos y mi hermano Paul en Jacarandas, o cuando paseábamos por los andadores de Villa Coapa, y cuando comíamos tacos de  barbacoa con chicharrón y salsa borracha en trajinera en Xochimilco.

Mi infancia y adolescencia están enmarcadas por ese colectivo: primos, primas, tíos, tías, las abuelas, mis hermanos celebrando festivamente que era sábado de familia y que la fiesta era en casa de Tina, o  domingo y nos esperaba la paella en casa de la abuela Nena.

El colectivo, se entiende, es la parcela de humanidad con la que me tocó vivir. Es decir, la vida pasó entre nosotros: fuimos niños jugando futbol en la calle y comiendo pastel en los cumpleaños, fuimos adolescentes  bailando con las novias en las fiestas, estuvimos en nuestras bodas, vimos crecer a nuestros hijos; vimos como nuestros padres se convirtieron en los abuelos cuando ya no hubo ni abuela Nena, ni abuela Tina; despedimos a todos los abuelos que fueron nuestros padres y vamos camino a ver a  nuestros nietos comiendo su pastel de cumpleaños e intercambiando regalos en la noche de navidad.

1 comentario:

Nuria de Espinosa dijo...

Qué interesante. El curso de la vida. Me gustó pasar por su blog. Saludos