lunes, septiembre 17, 2012

Tu me acostumbraste




¿De que esta hecho el amor?, ¿cuales son sus aromas – de dónde surgen, cómo gotean, cómo se escurren, cómo impregnan  otra piel-, cuáles son  sus colores, sus sabores, dulces, como frutas de temporada, salados, de oleajes, que como náufragos bebemos hasta el delirio; sus infinitas texturas,  de nube, de río violento, de madera ardiente; sus lenguajes – de voces, de gestos, de presencia, de silencio?    

Ahora él se encuentra recostado en el pecho de ella. Cuanto se dicen en silencio. Una mano de él busca y encuentra la mejilla de ella, mientras con  la otra la abraza pasando su brazo bajo su cintura.

Es decir, cuando uno se enamora, ¿de qué se va enamorando?

Los brazos de ella lo apresan y le dicen, de piel a piel, este es tu hogar.

El amor es  como una vasija, de inicio vacía, a donde se van acumulando paulatinamente gestos, breves sonrisas, algunas palabras, caricias cuyo remitente poco a poco, es decir, día a día, noche con noche, hora tras hora se va haciendo familiar.

Ella deposita su mano sobre la espalda de él. Y en la sola manera de hacerlo, él sabe  que la mano es de ella y de nadie más. Es su mano. Como si en cada uno de sus dedos hubiera (de hecho la hay ) una marca, un signo, una cifra que lleva el nombre  de ella. Es  la mano de ella con su tibieza, su textura, el movimiento lento de sus dedos. La mano de ella arriba a una  piel que poco a poco le ha sido conocida,  que se hizo, se acomodó  a su presencia

No, el amor no es una costumbre, pero acaso ¿no se  acomodan entre ellos,   la precisa forma en que él la mira, el sabor de ella cuando la besa,  el aliento de él cuando su cercanía, el aroma de ella después del amor? Por que una cosa es el amor, ese concepto abstracto del que se habla lo mismo en volúmenes de filosofía que de literatura y otra cosa es enamorarse  de ella.
De ella.

Cuando él llega, ella ya lo espera. Durante lo que han parecido horas, la ha imaginado largamente, con esa mezcla de ansiedad,  deseo, de pasión enternecida. Cuantas veces durante el día  se ha visto a sí mismo abriendo la puerta, encontrándola (esperándolo), casi  ha sentido sus  brazos rodeándolo mientras  humedece sus labios ( por ahora inutilmente ) ante el beso imaginado.

 


No, nada sabe uno del amor, hasta enamorarse de una mujer.Una mujer que llega a nuestra  vida quizá sin que uno se de cuenta, sutilmente se ha instalado en nuestra existencia, hasta que de pronto, sin poder explicarnos como,    es imprescindible.
Con ella aprendió a amar.
El tuvo que reconocer la ignorancia de sus manos, la torpeza de sus palabras, la inutilidad de sus labios en los asuntos del amor.
Ella le enseño el lenguaje, su lenguaje del amor.
El aprendió de los signos que ella  dejaba  caer en el camino para amarla.

La boca de él la ha recorrido, probado, bebido, la ha mordido  dolorosa y dulcemente  mientras ella con breves lamentos le señaló, donde, cuando, como. Ahí ,ahora, así. Entonces el aprendizaje de las manos, pero también el de los ojos , el de las palabras, de los silencios.

Poco a poco aprendió a amarla. Amar a una mujer toma tiempo, una incendiada paciencia.
O quizá enamorarse  no sea cosa de tiempo. En una de estas  es otra cosa.
Igual el amor está hecho de llamadas inesperadas, de besos indescifrables, de palabras breves y contundentes (sí, ya, tu, ajá, ven ) , de silencios indispensables, de caricias como bálsamos,  de humedades que corren como incendios.

Quizá  enamorarse es darle la bienvenida al otro. Hacerle un lugar en nuestro propio cuerpo para vivir.
Acostumbrarnos a esos hábitos, gestos que su amor deposita en nuestra vida.
No, para  la ausencia, para la soledad, para la nostalgia  no hay manera de prepararse, nada  nos vacuna contra el dolor de la partida, nada ni nadie nos inmuniza contra la separación,  no se puede aprender a vivir  sin ella. Nada de tu amor me pudo acostumbrar a vivir  sin ti.
 
El respira hondo. Permanece  recostado en el pecho de ella. Su mano sigue recorriendo el rostro que sus manos  y su mirada  saben  de memoria.  Ella le dice con una tibieza que se escurre de sus labios, “te quiero tanto”. El se aprieta contra su piel mirándola sin mirarla, hablándole sin hablarle, mientras se acomoda en la piel que reconoce como su hogar.

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