Llega la noche, y tú, a
ocultas de la ciudad que te ha visto pasar, te despojas de tu ropaje del día, y
te vas quitando uno a uno los ruidos dolorosos de las calles, el choque crujiente
de los tablones cansados que sostienen a la ciudad; te sacudes las palabras maldichas , las baratas, las inútiles,
las que fueron dichas como cajas
adornadas, pero que al abrirlas estaban vacías; te deshaces de las imágenes de
los escaparates que promueven la felicidad inmediata, la vida perfecta, la
dicha tangible, la utopía concedida ; te miras y vuelves a peinar tus cabellos
para quitarles las turbulencias de los vientos amargos, la bruma oxidada que se
esconden entre ellos; limpias tu rostro de los polvos provenientes de las
calles que se descarapela entre nuestras manos; pones sobre tu cuerpo la ropa
de noche que cubrirá tu cuerpo mientras la luna de algún mundo inalcanzable vela
por tu sueño. Llega la noche y yo busco estar ahí para quitarte la ropa de
noche (que recién te has puesto) y sanarme del mundo, abrazando tu cuerpo y tu sueño.
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