miércoles, agosto 28, 2013

Los abuelos


Quizá un poco la nostalgia.
Quizá el deseo.
Pero si acaso esta noche,
Juan Benjamín, el abuelo músico, bohemio, noctámbulo  
Volviera del destiempo, de la bruma, del recuerdo.
Poco tardaría en encontrar su trompeta dorada
y se iría a  tocar  a algún salón de baile
indudablemente  buscaría a otros difuntos
hasta formar una orquesta,
y el lugar se llenaría de
canciones desenterradas,
de historias  de amores improbables,
de miradas extraviadas, de suspiros insurrectos
de besos rescatados de  algún cajón polvoriento
en un armario arrinconado.
El abuelo y sus amigos tocarían hasta el amanecer,
porque  los muertos a fin de cuentas no tienen que descansar entre tanda y tanda,
y en última instancia, tienen una eternidad  para reponerse de la desvelada.
 la casa se llenaría de acordes luminosos
y todas las sombras bailarían hasta desaparecer.

Y bueno, ya que estamos hablando de abuelos  
si la abuela Elena regresara,
seguro la encontraría sentada a media tarde  
en el malecón de Veracruz
contando los barcos en el horizonte
que desde el fondo del golfo, desde España, desde  Cuba
(como aquellos en donde llegaron sus abuelos)
 atracan en la ciudad.
Se  llenaría los pulmones de olor a sal y a oleajes,
de las cadencias que viajan ocultas en la espuma del mar,
del aroma del café de Coatepec,  que se sirve
en La Parroquia al anochecer.



La abuela Elena, con sus ojos verdes,
con su amor tenaz  al único puerto posible
me susurraría, una vez más:
“Solo Veracruz es bello”.
Y se iría con su paso lento
siguiendo la sombra  de una luna roja
mientras tararea para sus adentros
una canción de Lara,
mientras camina lenta  rumbo al muelle
y de ahí  hasta llegar
 a casa de Ada , su amiga,
de siempre
la de la tienda de la esquina,
que solo esa noche,
la está esperando con las picadas,
las blancas y las negras,

y el café recién servido.   

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