Quizá un poco la nostalgia.
Quizá el deseo.
Pero si acaso esta noche,
Juan Benjamín, el abuelo músico, bohemio,
noctámbulo
Volviera del destiempo, de la bruma, del
recuerdo.
Poco tardaría en encontrar su trompeta
dorada
y se iría a
tocar a algún salón de baile
indudablemente buscaría a otros difuntos
hasta formar una orquesta,
y el lugar se llenaría de
canciones desenterradas,
de historias de amores improbables,
de miradas extraviadas, de suspiros
insurrectos
de besos rescatados de algún cajón polvoriento
en un armario arrinconado.
El abuelo y sus amigos tocarían hasta el
amanecer,
porque los muertos a fin de cuentas no tienen que
descansar entre tanda y tanda,
y en última instancia, tienen una eternidad para reponerse de la desvelada.
la
casa se llenaría de acordes luminosos
y todas las sombras bailarían hasta
desaparecer.
Y bueno, ya que estamos hablando de abuelos
si la abuela Elena regresara,
seguro la encontraría sentada a media tarde
en el malecón de Veracruz
contando los barcos en el horizonte
que desde el fondo del golfo, desde España,
desde Cuba
(como aquellos en donde llegaron sus
abuelos)
atracan en la ciudad.
Se llenaría
los pulmones de olor a sal y a oleajes,
de las cadencias que viajan ocultas en la espuma
del mar,
del aroma del café de Coatepec, que se sirve
en La Parroquia al anochecer.
La abuela Elena, con sus ojos verdes,
con su amor tenaz al único puerto posible
me susurraría, una vez más:
“Solo Veracruz es bello”.
Y se iría con su paso lento
siguiendo la sombra de una luna roja
mientras tararea para sus adentros
una canción de Lara,
mientras camina lenta rumbo al muelle
y de ahí hasta llegar
a
casa de Ada , su amiga,
de siempre
la de la tienda de la esquina,
que solo esa noche,
la está esperando con las picadas,
las blancas y las negras,
y el café recién servido.
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