7.- Hasta los ocho años, viví en edificios de la
ciudad de México.
El primer departamento que recuerdo era modesto. Pero recibía algo de luz, porque lo
recuerdo iluminado. Tenía un breve balcón que daba a una calle pequeña, poco
transitada, por el que entraban los ruidos y voces de la ciudad. Y aunque era
el Distrito Federal, era una ciudad capital en 1958 o 1959, es decir, era una
ciudad en gestación. Era, la región más trasparente, de la leería muchos años
después. Ciudad con pocos autos, poco ruido, muchos de nosotros caminando por
calles donde habían panaderías, tiendas de abarrotes, tortillerías, fondas,
tintorerías y sastrerías.
El segundo edificio que recuerdo estaba en la colonia
Narvarte. Estaba a dos o tres calles del estadio de Beisbol del Seguro Social,
donde jugaban “Los tigres” y “Los diablos rojos”. Equipos que, según supe
después eran el equivalente al América y Guadalajara, al Real Madrid y
Barcelona, o al Boca y el River. Así que varias veces al año, el estadio
iluminado, se llenaba hasta el tope, y las calles cercanas se llenaban de
autos. Quizá esto debió despertar cierto interés en mi por el juego y
desarrollar un beisbolero en mí. No fue así. Pudo más, mucho más, el afán y
querencia de mi papá Spínola por los “Potros de hierro del Atlante” por lo que
me hice futbolero desde mi más temprana edad.
Mi edificio, el de la colonia Narvarte, estaba en medio de decenas de otros más. Un
edificio pegado a otro. La calle se llamaba Petén. Y no, no había un jardín, ni
un jardincito, así, breve donde jugar con una pelota, por minúscula que fuera.
Así que en mi infancia, entre los 4 y
los 8 años no había otro entretenimiento
que la radio que se encontraba en la sala de la casa. En ella escuchaba muy temprano, mientras me preparaba
para ir a la primaria, los cuentos para
niños de Cachirulo que mi mamá ponía cada mañana.
Mi edificio era oscuro. Al departamento donde vivíamos mis
padres, mi hermana (año y medio menor) y yo no le entraba luz por ningún lado.
Siempre estaban prendidas las luces (los focos) de sala, comedor, y cocina. La
única luz exterior, era la que entraba por la ventana de la cocina que daba a
un vacío en medio del edificio por el
que asomándose se veía un trocito de cielo. Recuerdo un comedor con una mesa
redonda, cuatro sillas y una sala brevísima con dos sillones y la radio, como
el centro de gravedad, del departamento entero. La cocina era minúscula, lo que
más rememoro son los olores que salían de ella.
El departamento tenía dos recámaras, una para mis papás y
otra para hermana y yo.
No recuerdo mi figura ni mi rostro de aquella época, solo me
ubico en mí, ante las fotografías que mi abuela tomaba cuando viajábamos a Veracruz, por lo
que recuerdo el departamento, pero me cuesta trabajo verme en él.
Recuerdo las mañanas caminando de la mano de mi mamá, rumbo
a la escuela; y las dos calles que nos separaban de la tienda de abarrotes
donde comprábamos pan, dulces, las pepsicolas que compraba mi abuela Nena en la
época en que vivió en el mismo edificio , en el departamento que se encontraba
justo debajo del nuestro. No fueron pocas las tardes que pasé en casa de ella,
tomando pepsis y comiendo galletas marías.
Tenía ocho años, cuando nos cambiamos a una casa de dos
pisos en un fraccionamiento en el estado de México. Se llamaba Jacarandas y
llegar a él, era como ir a Cuernavaca.
Cerca de una hora de camino. Fue en esa casa donde viví 20 años. Viví en ella cuando hice mis verdaderos amigos,
viví en ella cuando salí a jugar futbol en la calle, viví en ella cuando me
enamoré y desenamoré, cuando escribí mis primeros cuentos poemas y canciones,
viví en ella, mi adolescencia y juventud. Todo lo que vale la pena recordar, lo
viví mientras viví en la calle Sinaloa #224, en el Fraccionamiento Jacarandas.
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