5.- Mi papá se llamó Adolfo Morales (Spínola). El caso es
que es el primero de cuatro Adolfo Morales en la familia. Él fue el primero, un hijo de mi tío Eugenio el
segundo, yo, el tercero, otro hijo de mi tío Paul, el cuarto. Aprovecho esta
oportunidad para decir que tuve un tío Paul, dos primos Paul, un hermano Paul,
un sobrino Paul y una sobrina Paulina. También una abuela Elena, una tía Elena,
y tres primas Elena. Un tío Carlos, dos
primos Carlos, y tres sobrinos Carlos. Cierto, parecemos un familia de Macondo.
Durante años (muchos, pero muchos) mi vínculo con el buen
Spínola fue el futbol. El caso es que de las primeras cosas que fue (y quizá
una de sus querencias de vida), fue ser futbolero y Atlantista (futbolista amateur y Atlantista profesional).
Para él, nadie como Horacio Casarín declaraba
de domingo en domingo (ni Enrique Borja, ni Hugo Sánchez, ni el Manolete
Hernández, ni el “Chalo” Fragoso. Claro que no conoció ni a Xavi, ni a Iniesta,
ni ni a Messi). La elección de los
azulgrana como equipo de batalla no sorprende. Los Atlantistas eran, como él y
sus hermanos, de los desposeídos del
país.
Tengo que decir que en la sala de nuestra casa – la evidencia
no dejaba lugar a la duda- estaba la fotografía del equipo amateur (llanero pues)
donde, en el once titula,r jugaban mi
papá, su hermano Carlos y José Alfredo Jiménez. Si se preguntan si el José
Alfredo era ese José Alfredo, pues sí, era ese José Alfredo (el de Serenata
Huasteca, el de La que se fue, el de El Rey. Bueno, el José Alfredo que vestía
de portero era el que con el tiempo se convertiría en el buque insignia de la canción ranchera, en ese José Alfredo que
todos conocemos).
Mis primeros recuerdos del buen Spínola, son verme sentado
junto él en la sala de la casa junto a un radio de mediano tamaño escuchando por radio la narración de Fernando
luengas, de Ángel Fernández de los partidos de futbol del Atlante, contra el
Necaxa, el América, el Guadalajara, el Oro, el Atlas. No fueron pocas las
ocasiones en que fuimos al estadio de Ciudad Universitaria, luego al “Coloso de
Sta. Úrsula (el Estadio Azteca) a ver los juegos cualquier domingo a las 12 de
día.
Con el tiempo, mi papá, cuando trabajaba como gerente ventas de radios Motorola formó un equipo de futbol donde jugarían algunos de sus empleados. El
caso es que, adolescente preparatoriano,
tuve la oportunidad de jugar en el equipo amateur (llanero) que él dirigía (el
buen Spínola como muchos jugadores,
terminaron siendo entrenadores). Fueron muchos sábados en los que a eso de las
tres de la tarde, me vestía con el uniforme azul de “Radioelectrón” para jugar como
centro delantero en el once titular del equipo que jugaba en un campo de
tierra, piedras y vidrios. Y sí fuimos campeones, el menos en una de las tres
temporadas en las que jugué. Fueron
legendarios los partidos contra trabajadores de otras empresas, como lo fueron,
las reuniones en las célebres cantinas como el “Ebro” y el ”Cuatro
vientos” a donde íbamos, a comer yo, y a jugar dominó y cubilete él con sus
amigos, después de cada juego, donde
celebrábamos cervezas, y sodas de por medio, con el mismo ánimo festivo lo mismo victorias
que derrotas.
(5.1) Cuando escribo esto, pues hace años (28) que buen
Spínola no está. Murió a pocas semanas del nacimiento de mi primer hijo. Cuatro años
después de la muerte de mi madre.
El Atlante juega en la segunda división.
Y yo veo los juegos del Barcelona, los azulgranas de Xavi,
Iniesta y Messi que mi papá no conoció.
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