(2.1) Quizá solo soy músico, aun cuando soy escritor. No faltado
quien me diga que en muchos de mis textos hay cierta cadencia, musicalidad. No
sería extraño. Mi primer acercamiento al arte fue la música, primero la
guitarra y luego el piano. Y ahí, siempre ahí, la imagen recreada de mi abuelo
trompetista. Su fotografía (vestido y peinado al estilo Emilio Tuero o Carlos
Gardel). En fin, a estas alturas bien podría decir que escribo música, pero no
uso el pentagrama, ni las notas negras, blancas, corcheas; ni escribo en clave
de Sol, pero escribo música usando el alfabeto. Fraseo con palabras, como
acordes.
Fue tan natural en mí entender desde que tengo memoria el
espíritu de la música. Captaba sin dificultad armonías, acordes, tempos. Era
como si existiera en mí la manera de decodificar el lenguaje de la música,
tanto que llegada la adolescencia y el gusto por las
letras, no fue difícil usar palabras y
frases para escribir un poema, un cuento breve, que bien podían ser en cierto
modo un nocturno, una partita, una
sonata para piano de cuatro movimientos,
un cuarteto de cuerdas.
Es extraño pensar que quizá le debo mucho de mi vocación
artística, al abuelo materno que no conocí.
Una tarde mi abuela Tina (claro que se llamaba Ernestina, y
seguro que mi abuelo alguna vez le dijo Tinita) escuchándome tocar el piano me
dijo, que yo tenía los “ojos tristes” que tenía mi abuelo y que lo que tocaba
era muy, lo que mi abuelo cuando tomaba su trompeta.
Es la herencia. Es esto que ahora llamamos el ADN, es el
inconsciente familiar. Es… como si uno supiera lo que és.
Soy un músico que usa las palabras.
3.- Cuenta la leyendas que mi Abuela Tina, se había enamorado Juan Benjamín Moncada de él
sólo porque era músico ( y porque se parecía a Emilio Tuero, y también porque
tenía la mirada lánguida de Carlos Gardel). La leyenda cuenta que ella vivía en
un departamento en un piso por encima del
de un joven trompetista con el que se cruzaba de tarde en tarde, cuando a punta de escuchar las notas
azules que subían y se colaban por la
ventana de su recámara. De puro amor y de la influencia de las notas
nostálgicas provenientes de la trompeta de mi abuelo, Tinita y Juan Benjamín, tuvieron
cinco hijos.
La Tina que yo conocí, era una viuda alegre con el alma de pan de dulce.
Frente a su viudez había mantenido su gusto por vivir y por la música. Gustaba
de cuidar a sus nietos y cocinar la cena para ellos. Después de la muerte del
abuelo trompetista, trabajó para
mantener a sus hijos, aunque hubo alguna temporada en que pidió ayuda a alguna
de sus hermanas para cuidarlos. Así que mi mamá, Consuelo, pasó temporadas de
su infancia en casa de su tía Herminia y su tío Felipe. Esta tradición de
trabajar para mantener a la familia la mantuvieron todos los hijos de la abuela
Tina (a excepción de mi madre, que una vez casada, no tuvo otra vocación que
ser la señora de Morales Spínola y cuidar de su herencia y descendencia), particularmente la mayor, Alicia, que fue la
hija con la vivió más tiempo (aunque hubo temporadas en que vivió con la
segunda hija, Olga, que también trabajo toda su vida).
No he conocido a nadie con el alma más entregada y amorosa
que mi abuela Tina. La recuerdo lo mismo pidiéndome que me quedara en la sala
de su casa mientras me preparaba unos frijoles con pan y calentaba agua para el
café, que sentada a mi lado escuchándome tocar el piano, mientras su corazón
rejuvenecido, volvía a donde el abuelo trompetista ensayaba junto a ella,
alguna canción de moda, como “Bonita” o “Quinto Patio”.
Durante años la comida familiar de los sábados era en casa
donde vivía la abuela Tina, o en la casa a don ella iba a comer (como la
nuestra, por ejemplo). El protocolo requería llegar hacia medio día, preparar
la comida entre las hermanas y la abuela; comer adultos y sobrino, poner agua
para el café y conversar hasta el final de la tarde, mientras los nietos jugábamos
futbol en alguna calle cercana.
Tengo presente, que fue por ella que conocí a mi abuelo, que
fue por ella, que Juan Benjamín fue mi abuelo, y que fue por ella, que escribo
música usando palabras.
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