viernes, enero 04, 2019

Nacemos indefensos e inconscientes


1.1   Nacemos  indefensos e inconscientes. No tenemos ni idea de la vida a la que llegamos, ni de las personas con quienes vivimos. Tardé mucho tiempo en conocer y entender al hombre y la mujer que eran mis padres.  Pude relativamente pronto identificar sus rostros, sus voces, saber  sus nombres; más tiempo, sus gustos, sus preferencias, lo que querían, lo que esperaban de mí. En mi infancia, mi mundo era del tamaño de mi casa, de mi calle. Vivía en una suerte de isla, y de tiempo en tiempo viajaba a otras islas, que eran las calles, las casas  donde vivían mis abuelas, mis primos. No imaginaba el tamaño de la ciudad, del país, del mundo.
Qué poco sabía del lugar a donde había nacido, de las personas que me rodeaban.
Mi cariño y admiración por ellas se fue gestando poco a poco, día tras día, a punta de gestos.
Con el tiempo llegué a saberme nieto de un trompetista, hijo de un atlantista profesional, heredero del adn artístico de la familia de mi mamá, hermano mayor de tres hermanos; el primo extraño al que le gustaba leer.

2.- Mi abuelo materno, Juan Benjamín Moncada, era trompetista.
Decían mis tías  que en su tiempo de gloria  habría tocado a mediados del siglo pasado con las orquestas de  Luis Arcarás y Juan S. Garrido- mucho swing, mucho bolero, mucho ritmo y cadencia, dentro y fuera de casa-.
Nunca supe mucho de mis bisabuelos. Pero era un hecho que Juan Benjamín y sus hermanos Luis y Carmen eran poseedores del ADN Moncada que los conectaba con el arte. Mi abuelo, trompetista, Carmen, bailarina y cantante, y de Luis se decía que era patriarca de una dinastía de escritores, poetas y periodistas.  De esta triada de hermanos  crecería una dinastía Moncada de pianistas, escritores, cellistas, danzantes y poetas.
Cabe decir que a mi abuelo lo conocí de oídas (siguiendo de cerca las historias que urdían mi abuela y sus hijos) y por unas cuantas fotografías  que mi abuela conservaba, como su mayor herencia amorosa.  Pero de esas historias es indudable que  surgió, mucho tiempo después, mi gusto por la música de trompeta  (Herb Alpert y Miles Davis), el saxofón ( John Coltrane, Stan Getz, Paul Desmond y Charlie Parker), aunque finalmente solo aprendí a tocar la  guitarra, el piano y el bajo. De lo que hice con ellos, es material de otras historias.

Pero en fin, muchas de mis nubes existenciales adolescentes (y otras posteriores) se aclararon  al reconocer mi inevitable condición  Moncada. Lo que explicaba con una claridad absoluta que en mi casa siempre había  el equivalente a música de fondo lo mismo a la hora de cocinar, de comer, de cenar, de hacer la tarea, de leer y de escribir. Del fondo de la sala surgieron  como soundtrack de una película (como un playlist contemporáneo)   boleros, cha-cha-chas,  huarachas,  sones, y swing. Los Moncada eran, para efectos musicales, Cubanos.

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