1.- Nací en 1955, era Julio, era el tres, era domingo y estaba lloviendo. Era la ciudad de México,
nací en el ombligo de la Luna. Lo de estaba lloviendo lo supe muchos años
después –puede que diez o doce- , cuando una tarde de septiembre, en que llovía
a cántaros en el fraccionamiento en que vivíamos, mi mamá me dijo, mientras miraba
por la ventana de la sala, este aguacero es igual al del día en que naciste. Yo miré la lluvia que se descolgaba por la
ventana, luego a mi mamá, y no supe qué decir.
Fui el primero de cuatro hermanos, parece que el quinto nieto de la familia
Morales, el segundo de la familia
Moncada. Con el tiempo supe que mi mamá quiso que fuera hombre, y mi papá
hombre y atlantista.
El caso era que mi papá era futbolista amateur y atlantista profesional (por cierto, también era
vendedor), lo que dicho sea de paso se tomaba muy en serio (lo del Atlante),
por lo que mucho antes de tener uniforme escolar, tuve un uniforme de los
azulgranas.
Por su parte, mi mamá, llevaba en el inconsciente colectivo
(como todos los Moncada), los boleros en la voz de Lucho Gatica (que con el
tiempo cambió por las versiones de José José), el Cha Cha Cha de Jorrin, el
Mambo de Pérez Prado, el temperamento amoroso de Olga Guillot, y una
resistencia a toda prueba a los estadios de futbol.
Cuando nací, en el mundo habían pasado 10 años de la terminación de la
segunda Guerra Mundial, que vio dos ciudades japonesas -Hiroshima y Nagasaki-, destruidas
por sendas bombas atómicas. Las imágenes que vi (porque con el tiempo todos las
vimos, y nos aprendimos el nombre de Enola Gay) marcaron mi concepción de lo que la humanidad
era capaz de hacer. Mi infancia y adolescencia corrieron teniendo como telón de
fondo las turbulencias de la Guerra Fría. Crecí, como toda mi generación, bajo la amenaza siempre omnipresente de la tercera
guerra mundial (los alemanes y los Rusos
eran siempre los malos, mientras que los gringos, los salvadores de la
humanidad), siendo testigos del incremento del arsenal nuclear entre
Norteamericanos y Soviéticos. Sufrimos los enfrentamientos (reales e imaginarios)
entre los miembros de la OTAN y los del Pacto de Varsovia, cuyos líderes se comportaban como malandrines y matones de
pueblo con amenazas (los misiles de Cuba) y enfrentamientos (Viet-Nam) que se
desataban a la menor provocación.
Y bueno, así era el
mundo, mi ciudad y mi familia a los que llegué ese domingo lluvioso de julio de
1955.
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